jueves, 5 de julio de 2007
LAS VENTAS DEL ESPÍRITU SANTO
A finales de este pasado mes de Junio me hice con un documento fotográfico que casi hizo que aflorasen mis lágrimas una vez más. Sentimental que es uno. Se trata de una fotografía aérea de gran resolución de lo que aún se llamaba "Las Ventas del Espíritu Santo", desde la Calle de Alcalá a la altura de la Monumental de las Ventas hasta los antiguos campos que se convertirían en el Polideportivo de la Concepción. Ni más ni menos que en Agosto de 1967. Algunos no habían nacido.
Por aquella época unos cuantos de nosotros vivían dentro de los límites de esta foto, junto con sus padres, hermanos y hermanas. Se distingue con nitidez cada bloque de viviendas, cada colegio, cada iglesia, cada parque o cada calle. Mirando embobado esta foto, puede decirse que puedo detener el tiempo en aquel verano y tocar con los dedos mi universo, que por aquel entonces era bien menudo.
Una curiosidad. Repasando, los bordes de esta foto también limitan gran parte de nuestras salidas vespertinas de antaño: el Canci, el salón de Míchel y Chusma, la Chule, Par-Dos, la mesa camilla del Chino, las canchas de baloncesto de Avda. de los Toreros, las pistas del Polideportivo de la Conce, etc... Ayer celebramos el noveno cumpleaños de Antonio en el Betelu y yo estuve pensando en las partidas de mus que nos hicieron veteranos cuando el Betelu no era más que un simple bar de barrio y nosotros no éramos sino simples vecinos de las Ventas a punto de no serlo.
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3 comentarios:
Se podría decir que éste era nuestro mapa del mundo hace 40 años, y escenario de muchas correrías y recuerdos desde entonces. En 1967 yo vivía en la calle Benidorm (seguro que te suena, PacMan). Cuando nació mi hermano nos mudamos a la calle Los Urquiza, cerca de la plaza de Quintana, donde seguro que cambiamos cromos y nos cruzamos mil veces antes siquiera de conocernos (el intercambio de cromos sigue vigente en la plaza, por cierto), además de comprar cómics de "El guerrero del antifaz" en el quiosco (que aún existe).
Te puedo asegurar que ahora la calle Benidorm no es lo que era entonces, pues está mucho más sucia, más descuidada y llena de gente que no conozco, ni quiero. Los ultramarinos, lecherías y panaderías han dejado paso a los locutorios, cash-trans y pizzas-pene de turno. Los bares, eso sí, se mantienen uno a uno. Aquellas pollerías-hueverías de a pie de acera en donde aún recuerdo cómo despiezar pollos de memoria. O esas bombas de aceite a granel que mirábamos embobados por debajo de la barra del mostrador, y que fueron barridas por el escándalo del síndrome tóxico. O el olor a tabacos de importación y de pipa cuando entraba con mi padre a por cartones y cajas de fósforos. ¿Quién cóño era huevona? Pues cuántos recuerdos...
Unos pocos cromos de cada colección te hacían naufragar álbumes enteros de Maga o de Bimbo. Entonces no había internet que valiera, así que ibas a la Plaza de Quintana a las once y media del domingo, después de misa en Fátima, y te ponías a pelear uno de los últimos a cambio de 30 de los "fáciles" o 50 céntimos -media peseta, ojo-, en su defecto. Los niños llevábamos todos pantalón corto y las niñas falda. Somos la generación de la coca-cola esa. Y aquí estamos criando a la siguiente con una media sonrisa. ¿Somos mejores o sólo diferentes?
1967.
Me estaban engendrando o casi.
De tiendas de barrio recuerdo las mantequerías Gascón en mi barrio de Chamberí donde mi familia tenía cuenta y cuando el hambre apretaba me pasaba con mis hermanos a coger un bollo que dejábamos apuntado y mi abuela pagaba al final de la semana.
Dile ahora al chino de turno que te fíe el bollo. Se descojona.
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