A 300 metros de la salida ya corro en solitario. Mis colegas apuestan por un trote suave pues ninguno tiene más objetivo que finalizar dignamente. El que no está acojonado sin más, está además medio lesionado. Vaya panorama. Yo en cambio me he propuesto acabar en 3 horas 45 minutos, para eso he estado entrenando y creo que estoy preparado. No es un objetivo difícil pero en cierta medida si me va a exigir un ritmo serio. 225 minutos, 13.500 segundos para recorrer 42.195 metros. 5 minutos 20 segundos por kilómetro, 32 segundos para recorrer cada 100 metros. Casi 3 metros por segundo. Mejor no pensarlo, como dicen los futbolistas con la boca pequeña, “hay que salir a divertirse”. Sin comentarios.
Miro el reloj sólo al principio hasta que creo enganchar la marcheta que me llevará a la gloria o al infierno. No tengo dudas respecto a acabar, pero si quiero hacerlo dignamente, disfrutar del paso bajo la puerta de Brandemburgo en el Kilómetro 42. Hoy he decidido correr por sensaciones, dejar conectadas las piernas al ritmo cómodo que ejercerá de piloto automático. También me he propuesto llenarme de todo cuanto rodea a esta carrera mítica. No corro un maratón cualquiera. Corro Berlín, uno de los cinco grandes junto con Nueva York, Londres, Boston y Chicago.
Liberado del cronómetro, enseguida comienzo a redactar este post en mi cabeza. En primera persona y tiempo presente como otros post legendarios, la mejor manera de contar lo que a uno le va ocurriendo. Las ideas fluyen fácilmente, mis sensaciones se graban directas. Muchas cosas llaman mi atención y merecen la pena ser contadas. Otro gallo cantará en el momento de ponerlo todo negro sobre blanco.
A pesar del día tan desapacible es difícil encontrar un hueco sin espectadores a ambos lados del recorrido. Es impresionante como se vuelca esta ciudad con el maratón, como se vive el deporte aquí. En Madrid en un día como hoy no habría ni Dios en muchas partes del recorrido. Todos los que han bajado a la calle lo han hecho con la intención de hacerse notar. Carteles con nombres de sufridos atletas, banderas de todas partes, cencerros de los que se escuchan de fondo en las pruebas de esquí. Pero sobre todo las bandas de música, las oficiales y las espontáneas. Entre las oficiales, veintiuna según la web de la organización, son gran mayoría las de percusión al estilo Mayumaná. Hasta veinte y treinta teutones en algunas de ellas tocando en perfecta sincronía ritmos que ponen las pilas a cualquiera. Dan ganas de pararse a mirar. Hasta un tío tan soso como yo sería capaz de arrancarse en este estado de jolgorio colectivo. Entre las bandas alternativas es fácil encontrar cuatro amigos tocando jazz en una marquesina de autobús al refugio de la lluvia, o terrazas en las que enormes bafles obsequian a los esforzados con acordes de Queen. Maravilloso. Reconozco que se me ha puesto la piel de gallina un par de ocasiones. ¡Viva Berlín!
Muchos niños que presencian la carrera ofrecen sus manos para que los corredores se las choquemos a nuestro paso. He estado haciéndolo hasta que una costra del pulgar mi mano derecha se ha ido al carajo y he empezado a sangrar como un cerdo. Resulta que hace unos días me llevé un trozo de yema con un cortador de patatas. La humedad y el meneo que le he pegado al dedo al meterme un trozo de plátano en la boca, son los causantes de la escabechina. Mala suerte, cuantos chavales me dejaré en el tintero. No es cuestión de ir pringando a la chiquillería. Decido parar la hemorragia a base de chupetones. Seguro que tengo churretes, debo parecer Drácula. No pasa nada, nadie repara en mí. No soy más que uno entre cuarenta mil.
El abandonarse a un ritmo hace que uno pierda la noción del tiempo. Soy incapaz de saber qué hora es, y además me da igual. No quiero saber cuanto llevo, ni quiero saber cuanto me queda. Me dedico sólo a ver pasar los kilómetros. A veces ni se en cual me encuentro. Supongo que será buena señal.” Just do it! Imposible is nothing”. Seguro que estos eslóganes salieron de la mente de alguien que en alguna ocasión se enfrentó a un maratón o a algo parecido.
Somos muchos pero se puede correr a gusto. Durante largos ratos veo las mismas camisetas, los mismos culos. Luego desaparecen y otros ocupan su lugar. Hay cientos de daneses. Go Denmark! Muchos corren, pero muchos más animan. Los corredores ataviados con camisetas rojas con el nombre de su país. Los de fuera con banderas de todos los tamaños. Después de los alemanes, es la nacionalidad más numerosa. Españoles somos sólo 915, y aunque escasas, no es difícil ver banderas españolas entre el público. ¡Vamos! Saludo a algunos. A otros, que les den. La señera y la ikurriña no me motivan. ¡Vaya!, entre tanta bandera me he comido un pedo del danés que tengo delante que ha decidido pasar unos instantes a propulsión química. Creo que es el momento de cambiar de liebre.
Los avituallamientos son para verlos. Calculo que unos 50 metros de mesas debe haber en los dos lados de la calzada. Así cada 2,5 kilómetros. Con todo, la mayoría de los runners se lanzan como locos a los primeros vasos que divisan. Parecen nuevos. Cruces suicidas, frenazos, empujones y algún que otro mal gesto. Lo normal. Detrás de las mesas, cientos de personas, generalmente chavales, protegidos con chubasqueros azules y con guantes de latex nos acercan las pócimas que han preparado para la ocasión y que cubren totalmente la superficie de las mesas. Agua, bebida isotónica y te caliente, que sabe raro pero que entra como Dios. Plátanos pelados y trozos de manzana completan el menú. En París los plátanos estaban sin pelar y entre el agua derramada y las cáscaras por el suelo, los avituallamientos eran pistas de patinaje. Aquí este pequeño detalle parece que lo han tenido en cuenta. Para algo son alemanes. La bebida la dan en vasos de plástico. La mitad va para adentro, la otra mitad se queda por afuera. El agua y el té proceden de cisternas, no hay botellitas, aquí también hay que ahorrar. La bebida isotónica la hacen mezclando en unos barreños grandes, agua de las cisternas (o de lluvia quizás) con polvos rosas o naranjas. No es momento para ser escrupuloso. Todo se acepta y todo es bien recibido. Danke! Luego los vasos vacíos a la calzada. El sonido de miles de pies pisando miles de vasos es curioso. Las zonas de avituallamiento parecen un parque en otoño, ya hay montones de vasos por todas partes y supuestamente falta el grueso del pelotón. Esto va a ser un estercolero.
De vez en cuando hay mesas con avituallamientos particulares. Botellas y bidones convenientemente identificados esperan a sus dueños. En España esto sería imposible, todo volaría antes de tiempo. Me pregunto que contendrán: ¿batido de EPO, gazpacho de clembuterol? Si a estas horas todavía siguen ahí es que sus destinatarios son unos paquetes y poco rendimiento extra encontrarán en ellos.
No ha habido fotos ni en el 15, ni en el 28. Mi chica y el resto de nuestras animadoras particulares no han llegado a tiempo a mi paso por estos puntos, que habíamos acordado previamente. Moverse en metro por una ciudad que no se conoce es complicado y más cuando hay que hacer un seguimiento múltiple. “Te esperamos en el 33 por la parte izquierda”, me dice finalmente por teléfono. Llevo el móvil en una mano, metido en una bolsita de plástico que he encontrado en el hotel, de esas para tirar compresas. Ha sido buena idea, nos ha permitido estar localizables a ambos. Soy yo quien las diviso primero. Desde dentro es más fácil encontrar a alguien que desde fuera. Desde dentro parece que hay espacios y que hasta se va rápido. Desde fuera somos una masa ingente que nos desplazamos a trote cochinero. Llevo mucho tiempo sólo y agradezco de verdad su esfuerzo por estar ahí.
Por fin me localizan. Están en la parte ancha de una curva lo que me permite abrirme y separarme de la marabunta. Cara de que “aquí no pasa nada” y sonrisa profiden se plasman en las tres fotos que dan tiempo a hacer. “¿Qué tal los demás?”, pregunto. Acordarse de los compañeros es justo y necesario. “Bien, bien”, es todo lo que me da tiempo a escuchar.
Pasé la media maratón en 1h 51’ 37", unos segundos mejor que mis cálculos iniciales. Fue el único momento en que consulté el cronómetro. No me emocioné mucho, pues a esa altura era fácil cumplir con lo previsto. El problema comienza hacia el 30 o 35. Ahora discurro por el 36 y vuelvo a ver el reloj porque esto empieza a hacerse ya un poco largo. Tengo las piernas bastante cargadas, bueno, así llevo desde el 16. Ahí si me preocupé pero decidí no comerme la cabeza. Menos mal que las molestias no han ido a más. Creo que estoy en condiciones de acabar en una media hora, una eternidad a estas alturas.
Desde el kilómetro 39 se huele el final. Lugares míticos de esta ciudad: Postdammer Platz, Unter den Linden y al final de esta calle, la majestuosa Puerta de Brandemburgo. La veo de lejos y se me pone un nudo en la garganta. Cálmate o no podrás respirar. Las piernas siguen respondiendo y me puedo concentrar en saborear esta sensación irrepetible. La plaza de París con el Hotel Adlon, y las embajadas de USA y Francia dejan paso a la puerta de la gloria. Carne de gallina y el nudo que vuelve a apretar. Me escuecen los ojos. A la emoción de ver la meta a 200 metros se suma el sentimiento de cruzar este umbral que bien podría ser la puerta del Olimpo. Algo así como pasar el cabo de Hornos para los marinos. Los vítores y gritos de ánimo se multiplican por mil en nuestras cabezas.
La meta está a 195 metros, los de clavo que tiene esta distancia todavía no se muy bien por qué. Siempre son tan agónicos como apoteósicos y hoy no es diferente. Las gradas a ambos lados ovacionan nuestra entrada en meta. Brazos en alto y a parar el crono nuevamente entre sonidos de grillos. Todo ha terminado, estoy satisfecho, mucho más al comprobar el tiempo que he conseguido hacer: 3 horas 43 minutos 16 segundos. Conseguido el sub 3:45. Además tan sólo dos segundos de diferencia entre la primera y segunda media maratón, demostración clara de que más que con las piernas, he corrido con la cabeza. ¡Si señor, como mandan los cánones!
Alegría también por mis compañeros. Con más pena que gloria todos hemos conseguido acabar, cada uno a su aire. Unánime la sensación al pasar bajo la puerta de Brandemburgo. ¡Enhorabuena campeones!
Una vez más objetivo cumplido. En este caso, objetivo doble pues realmente he disfrutado corriendo, me he empapado (nunca mejor dicho) de esta ciudad y de su fabulosa carrera. Una experiencia no tan épica como la del Titus en París, pero que personalmente me ha llegado y me ha llenado por completo. Para siempre forma ya parte de mi historia, historia que esta vez me decido a compartir y que quedará para la posteridad gracias a este blog nuestro.
Sirva este post para homenajear a mi mujer por ser tan comprensiva con mis aficiones que tanto tiempo me ocupan. También por la ilusión con la que ha compartido este viaje inolvidable conmigo.
Gracias por todo. Te quiero.