viernes, 2 de mayo de 2008

LA ORQUESTA MONDRAGÓN

El fenómeno de Rodolfo Chiquilicuatre no es nuevo. Se trata de dar la nota y no siempre afinada. Un producto de los tiempos en que vivimos. Natural, dicen muchos. Yo creo que aquí, a algunos sólo les interesa provocar. A nuestra manera. Bob Dylan provocaba con la poesía de sus estrofas y nosotros en España provocamos con el Chiqui-chiqui. Madre que nos parió.

Fenómeno que no es nuevo en absoluto. En los años 80 nos desletargábamos en el cine con fenómenos como Esteso y el ahora demenciado Pajares. Mezclaron humor de sal gorda con tetas. Y os acordaréis del show de Benny Hill: ¿qué decir de un tipo gordo rodeado de toda serie de mediocres -calvos, bajitos, feos- y de chicas -rubias, tetonas, rebuenas- que hacían evoluciones previsibles al ritmo rancio pero coloreado de las películas de Charlot o de Laurel y Hardy?

También estaba esa criatura de ojos azules, disfrazado de comandante de aerolínea de bajo presupuesto y labios pintados llamado Javier Gurruchaga. Lideraba una banda de rock & roll al estilo que Dios les dio entender, con letras en español muy poco convencionales, de las que daban miedo casi a un régimen recien salido del "Una, Grande y Libre". Javier llegó a crear un personaje nuevo, un ser histriónico y con un halo perverso, que acompañado de su inseparable Popotxo fue capaz de llevar un paso por delante el aburrido panorama musical español. Célebres son las múltiples anécdotas de Gurruchaga y Popotxo, un tipo al que un Gurruchaga totalmente fuera de control llegaba a maltratar e incluso a hacer daño físico en sus actuaciones y fiestas, no de manaera voluntaria, sino llevando al límite a su personaje de showman. Míticas son sus actuaciones transvestido o con Popotxo con uniforme sado-maso. Llamaba a las muñecas hinchables por su nombre, parodiaba los vibradores, los burdeles, los eunucos, los enanos de tamaño -o de mente-, las viejas gordas y feas, las caperucitas y los lobos. A todos los mostraba en sus fiestas de disfraces que eran sus conciertos. Yo les vi tocar en el Parque de Atracciones hace años, cuando Javier Gurruchaga no se había echado en los brazos de la prensa más baja que lo despedazó a gusto con aquello del escándalo y subsiguiente juicio del club Arny, en 1998. Cayeron unos cuantos, como Jesús Vázquez o Jorge Cadaval (el alto de los Morancos), pero Javier más que otros porque desde aquello no levantó cabeza. Lástima.



La Orquesta Mondragón era de esas bandas que o la odias, o la amas. Pero mucho, no sólo un poquito. Incluso algo de ella está en la esencia de MSB. Agresivos, iconoclastas, provocadores. Me enganchaba la letra y el ritmo de "hola, mi amor, yo soy tu lobo". No me importaba y daba igual comprar los discos de ese rock friky, ya que aún no se había acuñado el término. Siempre seré un incondicional de Popotxo, de Stinus, de Tony Carmona y de Javier Gurruchaga. Y siempre oiré "Ponte la Peluca" con un guiño a lo pasado, sin más matices nostálgicos. Buen rock. Buen rollo.

2 comentarios:

Gonso dijo...

Creo que entre el chikilicuatre y la Mondragón hay un abismo, de hecho no sé cuántos años después nos acordamos de las cosas de Gurruchaga pero dudo que el pollo éste del chiki chiki sobreviva a el verano.

Mike Muddy dijo...

Estoy de acuerdo con Gonso. La Mondragón sumaba provocación con talento. Hasta los frikis ya no son lo que eran.