A esos dos los conozco. Charo y Andrés, los padres de Míchel y Chusma. Se están metiendo un filete con patatas en compañía de otros colegas de quinta, es decir, yayos consagrados; me suenan sus caras de La Herradura. Los saludo. Conchi intenta escaquearse, pero al final pasa por taquilla. Los padres de mis ex amigos me hacen una batería de preguntas tópicas. Todos bien, gracias. Míchel y Chusma también están de puta madre, casados y con lebreles. En los 80 no me lo hubiera creído, pero hasta los pajilleros de récord acaban encontrando acomodo. Pienso que hace años que no los veo y que pasarán muchos más hasta nuestro próximo encuentro, si es que llega a producirse. Nada que no me permita dormir plácidamente esta noche. Me siento a comer con Conchi y las niñas en la mesa de al lado y escucho a Andrés poner a parir a ABC. "Se ha convertido en un periódico de izquierdas", brama. Y republicano, no te jode. Lo que hay que aguantar. Otro que tiene a Jiménez Losantos como gurú. Me dan ganas de meterme en el charco, pero para qué. Los tipos estos podrían ser abuelos cascarrabias de una película gótica, sentados junto a la lumbre que chisporrotea en un mesón iluminado por faroles. Andrés en concreto me recuerda al señor Scrooge. Renegando más que conversando; rumiando más que degustando la comida.
Miro a la mesa de enfrente. Una mujer de avanzada edad apura un vaso de agua. Está sola, pero parece esperar a alguien. Me mira con rostro inexpresivo. No me conoce; yo a ella sí, aunque por el momento soy incapaz de situarla. Un tipo entra en el restaurante. Coño. Es Pedro Ignacio. Un histórico. Estuvo en la pandilla primigenia de Peñasgordas, cuando jugábamos cuatro partidos de fútbol cada fin de semana y escondíamos las botellas de ginebra en la cantera que había al norte de la urbanización para hacernos cubatas. Bebíamos a morro, como una hermandad. Gin, coca cola y babas. Pedro Ignacio metía goles "suaves", según solía decir. Le hizo al menos dos a una tal Marisa. "Me he divorciado". No me deja acabar la frase de condolencia. "Dos veces... Me he divorciado dos veces". Ante semejante declaración, se me ocurre algo radicalmente distinto a "lo siento". Me callo, no obstante. Dice que vive solo en Villalba, que sus ex le han desplumado... y que se planta, pero si ha tropezado dos veces, no hay dos sin tres. La señora, por cierto, es su madre. "¿No te acuerdas de Miguel Ángel?", le pregunta. La mujer asiente con la cabeza. Podría decir "ni puta idea" y no tendría que confesarse con el cura después. "Me alegro de verte. Da recuerdos. Hasta la próxima", nos despedimos Pedro y yo.
Miro a mi alrededor y sigo viendo rostros familiares. Mari y Elías, los padres del Chino. La China viene con ellos, dos retoños en su haber. Se ha comprado un chalé en Peñasgordas. La conversación con esta gente es un monólogo. De ellos. Les acompañan Paquita y José Clemente, que cogen el relevo. ¿Podré comer hoy? Su hija Viki sigue soltera, aviso para navegantes desahuciados. Esther, Nano, "Clemens" y la tercera generación, todos OK. Me preguntan por mi madre y besuquean a mis hijas, que están al borde de un ataque. Hasta la próxima. ¿Habrá próxima? Tendrá que ser aquí, en Casa Ladis, en Moralzarzal, manteles de papel y humo en el ambiente, un lugar más prosaico que el imaginado para estos personajes dickensianos, donde los inmigrantes comparten espacio con los fantasmas del pasado y piden filetes con patatas, o una hamburguesa completa, o un sandwich especial de la casa, donde el camarero saluda siempre con un "hola chicos" aunque las edades de muchos comensales le desmientan.
4 comentarios:
Dios, que morbo. Lastima no haber estado allí contigo,pedazo de alineación.
Enhorabuena, la próxima vez avisa.
I will be tehre
Fantástica crónica de sociedad y casi de ciencia ficción. Menos mal que de vez en cuando lees a algún periodista que sabe escribir.
Ya sólo falta que aprendamos los profes.
Así que, sigues yendo por Moral a tentar a la suerte. Me puedo imaginar la cara de Conchi y de las niñas, pero ya no puedo recordar las de esos fantasmas que te perseguían con sus recuerdos. Maldito alemán que me hace olvidar... O mejor, dejar en paz a los espectros del ayer, no vaya a ser que se despierten todos a la vez y vengan a hacernos una visita. Seguro que aquel tiempo pasado no fue mejor que éste.
Magnífico post. Estará fijo entre mis elegidos del trimestre. Yo también he tenido la fortuna de despachar alguna que otra vez con Andrés cuando va o vuelve del mercado de Ventas. Really exciting.
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