jueves, 11 de diciembre de 2008

LA PARADOJA DE EASTERLIN

¿Comprar lotería de Navidad este año o no comprarla? He aquí el dilema. ¿Dejar que la suerte decida y que luego mis compañeros de empresa se descojonen de este pobre empleado el 22 de diciembre? ¿O romper la tradición poniendo velas negras a San Gafe de Monserrat y rezando para que a los pringaillos del departamento no les toque ni un reintegro?

Cuenta el tal Easterlin que el aumento de "rédito per capita" no parece llevar implícito un aumento de felicidad individual, contradiciendo la utilidad original de la economía: la riqueza en función del bienestar. Parece demostrado, más bien, que la felicidad está en función directa con la disminución de dicho "rédito per capita" de los demás. En otras palabras, que si a los de alrededor les despiden del trabajo y se hunden en la miseria, y a ti sólo te bajan ligeramente el sueldo, el resultado es que se te tersa el gesto por lo feliz que te vuelves. ¡Ríete tú de que tu vida sexual sea una mierda! Lo flipas de gozo, oyes.

En efecto, se observa que en los países occidentales en que existe más bienestar material, social, educativo, sanitario, y en los que los ciudadanos tienen más servicios y gozan de un nivel de vida más alto, no crece de igual modo la sensación de felicidad. De hecho, en tales países, el índice de personas deprimidas o semideprimidas, aisladas y solitarias, que sufren una persistente crisis de sentido, es mucho más alto que en zonas económicamente más frágiles. Lo que pone de manifiesto la citada paradoja es que la economía, por sí misma, no puede garantizar la felicidad del hombre, sino que se requiere de otros fines y discursos. En definitiva, un deseo infinito de felicidad no se compra con un montón de ceros. En este punto coinciden perfectamente la filosofía clásica y la economía moderna. Uno podría tenerlo todo, ser dueño de medio mundo y, no por ello, experimentar en sus adentros la felicidad.

Es fácil constatar que las jóvenes generaciones poseen más bienes materiales que sus padres y abuelos a su edad y, sin embargo, se manifiestan, por lo general, como más aburridas e insatisfechas. Para acceder a esta mediocre, pero “segura” felicidad de los bienes, prometida por la mentalidad del lucro, se requiere el ascenso económico y las jóvenes generaciones se esfuerzan, por lo general, por alcanzar este sueño, aunque, como vemos, inútilmente. Prodigiosamente, Easterlin ha puesto en negro sobre blanco lo que muchos sabemos desde hace tiempo: trabajamos para vivir. Si no, ¿de qué iba yo a estar levantándome todos los días a las 6:30 h? Economía, ética y estética comienzan a acercarse. Estamos terminando por constatar que nada material puede llenar -plenamente- nuestro deseo de felicidad. Aunque ayuda mucho.

-Pues va a ser que me dé ustéd cinco décimos, Doña Manolita.
-¿Cuántos dice, buen mozo?
-Cinco.

2 comentarios:

Mike Muddy dijo...

La SALUD es mi opción favorita de la tríada. Y aquí también se da la paradoja de Easterlin (que tiene nombre de elfo sodomita): la sección de los periódicos que más se lee es la de las esquelas.

Gonso dijo...

Si señor, la salud es la mejor opción y no sólo la propia si no la de los que nos rodean.
Siguiendo con el dicho el dinero ayuda pero no garantiza nada; y el amor...
si tienes dinero no hace falta. Lo compras.

(la que me va a caer por poner esto)