lunes, 18 de enero de 2010

...IN CORPORE SANO.

A raíz de mi fracaso con el gimnasio me propuse cambiar de objetivo y le pedí a los Reyes Majos una bicicleta. Recuerdo la última vez que me compré una bici. Una Motobecane azul "de carreras" que incorporaba ¡seis marchas! (piñones que decíamos). Desde que aquella Motobecane sucumbiera ante el mal calculado aparcamiento de un 600 de tercera mano descontrolado, no había vuelto a plantearme eso de los pedales. No nací para la velocidad en equilibrio, a rueda de Michel, por las carreteras serranas, ni a las cuestas interminables, ni a los sustos, que como aquél que me dió un camión de la Campsa al adelantarme en la recta kilométrica entre Los Molinos y Guadarrama. Pá haberme matao.
Mi físico, envidiable para otros menesteres, no está adaptado al sacrificio y desgaste de la larga distancia si no más bien, responde mejor ante lo explosivo, intenso y rápido. Un guepardo, vamos. Vagazo pero guepardo.

Así que la mañana del seis de enero, amaneció una bicicleta en mi salón. Una Orbea Dakar blanca, de gama media baja, con 24 marchas y frenos clásicos de zapatas. También cayeron el casco, el culote y los guantes: el kit básico del ciclista.
Ya estaba full-equiped y preparado para retomar una actividad en la que siempre sufrí como un bellaco.
El día del estreno caían unos copos y hacía un frío pelón, así que me disfracé de ninja-ciclista, con casco, braga, camiseta térmica, culote, mallas...y el copón de la baraja y me subí a la bici.
El objetivo era dar una vueltecita de media hora para irle cogiendo el tranquillo a eso del cambio y probarme fisicamente. Las primeras pedaladas fueron gratificantes, todo iba como la seda, con el frío en la cara, el cambio funcionando suavemente con un clic, clac mecánico y las ruedas surcando el asfalto con un susurro tranquilizador. Pero pronto llegaría mi prueba de fuego. Mi itinerario incluía cruzar la carretera de Colmenar sobre un puente e incorporarme al carril bici para recorrerlo durante un rato y volver a casa cruzando por otro puente. Doblé una curva y allí me encontré el puente. Qué digo el puente: la muralla. El reto físico y psicológico. El momento que distingue a los hombres de los niños.
Sólo cabían dos posibilidades: enfrentarse al Leviatán o renunciar, darme la vuelta y con las orejas gachas huir como un cobarde echándole la culpa al ministerio de turno por hacer cuestas tan empinadas, demandarles y pedir una subvención.
Sólo quedaba batirse, rendirse no es opción.
Afronté la cuesta con decisión y entereza pero pronto me di cuenta de que necesitaba algo más: piernas. Tiré de mecánica y subí un par de marchas para exigirme menos. Ya el cambio me sonaba distinto, crac, catacrac, y las piernas se agarrotaron de repente. Intentaba dar una vuelta completa a unos pedales que se habían convertido en mármol y practicamente me quedé clavado en mitad de la ascensión, así que recurrí al último cartucho del tambor y puse el plato pequeño y el piñón más grande, crac, crac catacrac; de repente los pedales se hicieron de mantequilla y se convirtieron en un molinillo. Pero la cima estaba aún lejos y por muchas vueltas que daba, tan sólo arañaba uns centímetros a mi Angliru tricantino. Piloto rojo, fallo multiorgánico y dragones de colores volando a mi alrededor me avisan de que el oxígeno no llega.¿Hora de echar pie a tierra?¿Claudicar y vivir con el fracaso? Ni de coña. Siempre hacia adelante.
Oigo un coche que viene por detrás y me pita, pero no puedo enderezar bien la dirección pues apenas controlo el cuerpo. Me adelanta sin más y al seguirle con la mirada me doy cuenta de que estoy a punto de coronar. Zas, zas, zas, extenuado, boqueando como una carpa fuera del agua, llego a la cima. Quiero gritar eso de Pinooo, Pinooo pero necesito el aire para mí. No intento mirar hacia detrás para contemplar mi hazaña pues si pierdo la vista al frente me hostio sin remedio.
Relajo el cuerpo, me dejo llevar cuesta abajo y desemboco en el llano carril bici.
Lo he conseguido. El Aubisque ha caido. La verdad es que no es más que una puta cuesta de unos 25 metros si llega, pero bueno, es el comienzo. De momento no estoy más que para paseitos cortos que tan sólo las teclas convierten en epopeya épica, pero todo se andará.


Quizá la banda se pueda reunir alguna vez para echar unas pedaladas y allí estaré yo, el último, y arrastrándome, pero poniendo los cimientos de la futura leyenda.

4 comentarios:

yiyi dijo...

Cuenta conmigo .Todavía recuerdo el primer puerto que me hice: Navacerrada sin apenas experiencia con la bici. Creí morir pero las siguientes veces no fue tan duro. El próximo día te lo subes de tirón. Cuando quieras nos vemos en el carril, yo suelo ir todos los findes

PacMan dijo...

Como empecéis con las gilipolleces de los "puertecicos", seré otro que se pone a la cola del pelotón. Ni tengo bici para esas hazañas, ni están las fuerzas para ir alardeando. Con un paseo maricón y llano va que chuta.

Mike Muddy dijo...

Yo también me apunto. Pillo la bici habitualmente, aunque en invierno suelo hacer un parón por el mal tiempo. La última vez (noviembre) me hice la vía verde del Tajuña completa, 100 kilómetros bastante llanos (un puertecillo de 6 kilómetros como única dificultad)... aunque me gusta más la de la Jara (Yiyi la conoce), en Toledo, ideal para la primavera. Podríamos hacerla en abril o mayo.

gonso dijo...

Anda que...
Yo hablo de paseítos y sufrimiento y os descolgáis con rutas de 100 km y el puerto de Navacerrada.