jueves, 27 de agosto de 2009

SÍNDROME DE ESTOCOLMO (y II)

Anecdotario estcolmeño o estocolmense.
Lo que más juego ha dado, a parte de la fauna autóctona, han sido los medios de transporte. En un mismo día hemos llegado a utilizar el metro, el autobús, el tranvía y el barco, y la característica general es que todos funcionan como un reloj. Armados con el abono-transportes nos dirigimos a la parada del buss (con dos eses) donde hay un horario. A la hora exacta anunciada llega el autobús. Un tío llega apurado corriendo cuando ya hemos emprendido la marcha; a los veinte metros paramos en un semáforo y el tío toca la puerta. El autobusero, en vez de mirar para el otro lado le abre con una sonrisa. Al cabo de un rato ya no queda apenas sitio y hay que organizarse un poco. El conductor coge el micrófono y empieza a dar instrucciones que la gente sigue sin rechistar. Remata la faena con algo muy gracioso que el personal sueco celebra a carcajadas y encima acaba hablando en inglés para los turistas. Como aquí. Pasada una parada céntrica quedamos pocos y se suben una madre y una hija que a primera vista podrían tener la misma edad. La hija lleva la espalda desnuda para mostrar un tatuaje de un dragón como el de Salander (Santander para el Titus), la madre lleva una correa con un perrazo que para mi sorpresa sube al bus y se sienta en un rinconcito sin molestar a nadie.
A partir de ese momento me doy cuenta de que los perros tienen acceso libre a los transportes públicos y me empiezo a fijar en ellos. Llego a la conclusión de que los perros suecos pertenecen a una raza extraña que no tienen culo ni saben levantar la pata. No hay ni una sola deposición canina por ningún lado y las farolas no tienen ese cerquillo sospechoso al que automáticamente se dirijen nuestros lebreles el primer día en que salen a la calle sabiendo andar. Digo yo que será una cuestión de raza y no de educación. Como aquí.
Bajamos al metro. Son cuatro líneas que se cruzan en dos estaciones que funcionan como distribuidores, y en los transbordos no hay que recorrer kilométricos pasillos. Los paneles anuncian el tiempo que tardará el siguiente tren en llegar, igual que en Madrid, pero la diferencia está en que allí usan minutos de 60 segundos y aquí el concepto "minuto" es más relativo.
No todo es armonía idílica. Llegando a una estación oímos ruido de gente gritando y según se acerca el tren empiezan a aporrear los vagones. Es sábado y hay fútbol. Son los Ultra Sur del Djurgardens, que en número de un centenar van al estadio. Causa respeto tanto vikingo rapado dentro de un vagón golpeando las paredes y el techo al tiempo que entonan cánticos futboleros. Más respeto imponen los cinco policias que se suben con ellos al metro, aún así y por si acaso, cuando empiezan a dar botes y se arrancan con algo parecido a "es polaco el que no vote hey, hey" inicio un tímido subir y bajar de hombros por aquello de la confraternización y me hago seguidor del Djurgardens en ese mismo momento. Por cierto, palmamos 0-1 en casa contra esos cabrones del Hammarby.
El metro sale a la superficie y el transbordo al tranvía es sencillo. De nuevo aparece puntual. En este caso hay revisor y la gente enseña el móvil cuando les piden el billete. Rayos. Estoy por preguntar cómo funciona el sistema ése de pagar con el teléfono cuando me percato de que en un cruce una señora en 4x4 va derechita hacia nosotros y está mirando justo para el otro lado.
PAF. Hostión.
Ha habido suerte. En el último segundo se le ha aparecido Odín a la señora y ha frenado a tiempo de que el tren sólo le haya arrancado el morro del coche. El tranvía se detiene sin apenas inmutarse, el conductor habla por el micro y dice que en unos minutos seguiremos la marcha pero casi todo el personal se baja. El coche está parado en mitad de un cruce pero nadie toca el claxon ni se cabrea ni saca la cabeza por la ventanilla para mandar a la señora a fregar. En cinco minutos todo está resuelto, y para desgracia de turistas españoles e italianos que se arremolinan alrededor del lío, no ha habido sangre ni discusión ni gritos. Como aquí.
Y bueno, para relajarse después de un trayecto tan accidentado no hay como un paseo en barco por el lago Mëlar y disfrutar de las vistas y la tranquilidad que, casi siempre, ofrece Estocolmo.


That's all folks.

3 comentarios:

PacMan dijo...

Lo de la maruja en todoterreno me suena de aquí, pero lo de CERO-BRONCA no lo asimilo. Será que somos mediterráneos, después de todo. Después de la crónica quizás sí se me haya perdido algo por Estocolmo y nos decidamos mi señora y yo (sobre todo ella, que está que no mea con el Millennium de los cojones) a conocer tierras nórdicas.

Mike Muddy dijo...

Tengo previsto poner a los suecos (en concreto a un sueco, Stieg Larsson) en su sitio. La tercera entrega de Millennium se me está haciendo como el Everest.
Lo civilizado es aburrido, pero a veces uno echa de menos la calma, el silencio, la buena educación y esas cosas...

Titus Jones dijo...

Es curioso, pero para vivir allí.....¿reslutaría anondino?