miércoles, 26 de agosto de 2009

SÍNDROME DE ESTOCOLMO (I)

En 1973 unos ladrones asaltaron un banco en Estocolmo y tomaron como rehenes a cuantos allí se encontraban. Algunos de los secuestrados adoptaron una actitud de comprensión hacia sus captores y manifestaron temer más a la posible actuación policial que a los propios secuestradores. Los sesudos investigadores del comportamiento humano definieron esta paradójica empatía como el Síndrome de Estocolmo.
Nadie me retuvo en Estocolmo en contra de mi voluntad, pero la ciudad ha ejercido una suerte de secuestro que ha derivado en esa simpatía hacia quien te retiene, así que, aunque quizá traído por los pelos, sufro del Síndrome de Estocolmo.

El enorme lago Mäler por un lado, el mar Báltico por el otro, las innumerables islas que forman la ciudad, los parques que son bosques y los bosques que son parques, la limpieza de todo el conjunto unido a la forma en que todo funciona han sacudido una vez más mi caótico ser mediterráneo, del que no abjuro del todo, pero que me provoca algún suspiro resignado.

A los que somos de tierra adentro nos atraen los lugares con mar y puerto y Estocolmo tiene puerto pero no es una ciudad portuaria industrial con sus grúas, grasa, mierda, putas y gatos. Barcos de todos los tamaños aparecen por todas partes pero no tanto como un artículo de lujo si no como un medio común de trasporte en verano.
La ciudad se abre al agua del mar y del lago pero no se sirve de ellos como inodoro o vertedero; las aguas están limpias y la gente se baña o pesca (incluso salmones) casi a la puerta de casa. Gente que en verano se echa a la calle, y si encima el tiempo acompaña, llenan las terrazas de los bares, las playas, y las calles. Terrazas que disponen de mantas para cuando al caer la tarde apetece una rebequita y así se pueden alargar las horas de disfrute al aire libre. Eso sí, a nadie se le ocurre mangar la manta; la doblan y la ponen en su sitio cuando se van a casa.
Abunda el personal rubio prototípico escandinavo pero la inmigración ha aportado mezcla. Se ven muchas parejas de razas distintas y en los grupos de chavales jóvenes siempre hay variedad de colores. En los Björn no me fijé mucho pero sí en las Sigrid que por regla general son grandes, guapas y con muchas tetas (bueno, dos pero muy evidentes). Todos hablan inglés, desde el renacuajo (y su hermosísima madre, slurp) con el que charlé en el autobús hasta el abuelete que regentaba el mini golf.

Pero tanta bondad tiene trampa.
El verano es la cara amable de la ciudad, pero el invierno es largo y se encarga de que la gente se refugie en eso que Ikea llama la república independiente de tu casa y que los suecos no tienen más remedio que aceptar en plan periodo de hibernación, no tanto por la nieve y el frio, que también, si no por los largos periodos de oscuridad que invitan a encerrarse en casa con la vikinga o el vikingo de turno y así pasa lo que pasa. El peaje invernal hace que las ciudades en estas latitudes no sean el paraíso soñado, si no sería imposible visitarlas, ya que todo el mundo cedería al secuestro y todos sufriríamos del genuino Síndrome de Estocolmo.

4 comentarios:

Mike Muddy dijo...

¿Y no viste a Salander?
Una vez leí que precisamente las duras condiciones climáticas que padecen los nórdicos les han empujado a crear sociedades más "civilizadas" que las del sur. Aunque después de apretarme este verano la trilogía Millennium no tengo tan claro que los suecos sean civilizados. Anyway, Estocolmo es una gran ciudad.

gonso dijo...

Hicimos una ruta Millennium paseando por las calles que aparecen en la novela, incluso llegamos a buscar y a encontrar la casa que se compró Lisbeth.

Titus Jones dijo...

¿y por qué tine que ver "Santander" en Estocolmo? No estareis de nuevo con la mierda del puto Floro y demás capullos del vuetra estupidas historias.

PacMan dijo...

Titus, aprende a escribir, que no te entiendo.