Si el año pasado fue fútbol este año me ha tocado tenis. Pero no cualquier cosa, tenis fino en las pistas de hierba del Christ Church College de Oxford. Las mejores de England, me dicen. Chavales y no tan chavales de toda Europa y algunos de más lejos, vienen al Johnathan Markson Tennis Camp. Abundan los pijos franceses con ropa cara, flequillo largo y pulseritas de cuero tipo Ansar que no paran de hablar por sus iphones con mamuchi que está en la Riviera. Hay también algún especimen patrio que desentona con su raqueta Boomerang de El Corte Inglés, camiseta con publicidad de repuestos Vázquez que también llama a la mama que está en la ribera. La del Manzanares.
Los chavales que traigo son término medio y al primero que veo con un polo rosa le hago caer en mi trampa favorita: "Bonito polo, ¿No lo había de hombre?"
Otro llega con su sudadera de moda marca GAP y enseguida le cuento algo que oí sobre esa firma y es que fue lanzada por una pareja de homosexuales en California y las siglas GAP significan Gay And Proud (homosexual y orgulloso (de serlo)). Lo cuento como curiosidad no comprobada pero el efecto es demoledor. Sorry GAP.
Traigo como objetivos echar un partidito sobre hierba y esclarecer una serie de misterios con relación al juego.
Lo primero el nombre. El origen francés del "jeu de pomme" puede ser la clave para entender de dónde viene "Tennis". Se apunta que cuando los franceses ponían la pelota en juego decían algo así como "Tennez vous" -tome usted, allá va- y de ahí vendría Tenis. Mola.
Otro enigma era la puntuación, pero atentos drugos míos que ya lo tengo casi resuelto. Hay un claro origen sexagesimal, donde el 60 equivale al 100, igualico que un reloj, y había que obtener 4 puntos para ganar un juego. De ahí los parciales 15, 30... ¿40? ¡rayos! no cuadra. El enigma del 40 en lugar del lógico 45 se resuelve desde un punto de vista filológico. En latín 45 se decía "quadraginta quinque" y por una simple aplicación de la economía lingüística se suprimió el "quinque" y se quedó en "quadraginta", ergo 40. Voila.
Más misterios. "Deuce". Nuestro "yus" de toda la vida, ¿eeiinnhh? En caso de empate no valía ganar por uno si no que había que hacerlo por dos. Con 40-30 el jugador se quedaba a un punto de ganar, en francés "a-un" pero si había empate los dos jugadores estaban a dos puntos de la victoria "a-deux". El curioso observador con nociones de francés ya habrá deducido la transformación del término hasta llegar al endemoniado "deuce".
No se vayan todavía.
Esta otra duda se refiere al término inglés "love" que se usa para decir que un jugador no ha marcado ningún punto. Eso del "fifteen-love" me tenía frito, pues la conexión amorosa con el marcador se escapaba a mi comprensión y no daba con la solución filológica. Pero, queridos members, la filología de nuevo me hizo ver la luz que alumbró el origen de todo: el huevo.
Hemos quedado en que el tanteo se marcaba con las manecillas de un reloj, y a partir de aquí habría dos versiones: una es que la propia forma de una esfera se asemeja a la de un huevo, "l´oeuf", el huevo, en francés; otra es que en ese reloj había pintado un huevo. Anyway uno marcaba un tanto y tenía 15 y el oponente se quedaba a cero, el huevo del reloj, "l´oeuf" que pronunciado por un inglés degeneró en el actual "love".
Tiene huevos.
Con esto quedaban mis dudas satisfechas hasta que fui a visitar una pista de tenis antigua (incluso estuve pegando unos raquetazos) de las del tiempo de Enrique VIII cuando jugaban el llamado "Real Tennis", una pista cubierta, con paredes con tejadillo...un lío. Me asaltó la enésima duda ignorante. ¿Por qué cuándo a un jugador le toca poner la pelota en juego se dice que está al servicio? ¿Ese servicio viene de servidumbre? Yes.
El octavo Enrique jugaba al tennis pero eso de agacharse a recojer la pelota para sacar pues...como que no. Así que tenía un sirviente que recogía la pelotita y la sacaba para que luego siguiera jugando su majestad. De ahí lo del servicio. Que también tiene huevos.
Y sí. Jugué un partido de tenis sobre la hierba inglesa. Un dobles mítico que enfrentó a una pareja hispano-hawaiana a otra anglo-holandesa. El inglés tenía pinta de medio de melé de rugby y efectivamente cuando después de haberme dado la mano y casi destrozado todos los huesos, le pregunté si jugaba a ese deporte, confesó que sí. Profesional, internacional por el quince de la rosa, campeón del mundo y del seis naciones. Una bestia.
Pero al tenis, la conexión Honolulu-Tres cantos, fue arrolladora.
Hasta aquí la crónica tenística que me temo quedará olvidada en este rincón estival.