martes, 3 de marzo de 2009

EL ZOO

Me gusta ir al zoo.
Puede que no sea una declaración políticamente correcta por aquello de mantener animales privados de libertad a miles de kilómetros de sus hábitats originales, pero haciendo un poco de análisis y alguna consideración práctica creo que no es tan terrible el asunto.
El tiempo en que un cazador se traía un bicho exótico y acababa en una jaula pertenece a un pasado tan lejano como aquella casa de fieras que había en el Retiro de la cual tengo un recuerdo vago que ni tan siquiera podría jurar que es mío. El zoológico moderno es una institución que cuida a los animales y se preocupa por establecer programas de cría en cautividad y está conectado con una red internacional de parques entre los que se intercambian experiencias y por supuesto bichos. El zoo ha cambiado mucho. Sobre todo en estos últimos años cuando se ha notado que han puesto pasta y están renovando los espacios que en algún caso ya necesitaban retoques.

A mí el zoo me ha dado la oportunidad impagable de poder contemplar animales que de otra manera habría sido imposible poder verlos en vivo y en directo. Recuerdo que hace muchos años había un okapi, que pudimos, y podemos, ver a los panda, los rinocerontes asiáticos que no es fácil verlos ni en zoológicos, orangutanes, tigres blancos, leones del Atlas, extinguidos ya en su hábitat natural y que si uno se fija bien son muy distintos de los típicos de la sabana.
Unos bichos van y otros vienen. El guepardo que no paraba de dar vueltas a su recinto circular desapareció un buen día dejando paso a una nueva instalación, a donde incluso se puede entrar a contemplar a los lemures. También hay gorilas, chimpancés y gibones. Elefantes y rinocerontes blancos, los hipopótamos y distintas gacelas y antílopes y… una lista del copón. Cierto es que la mayor parte del día lo único que podemos ver es una colección de animales durmiendo la siesta y que el atractivo reside en ver si mueve una oreja.
El truco está en la hora de visita. Por la mañana no hay nada que hacer, sólo a la caída de la tarde los animales se empiezan a mover, excepto osos y monos que no paran de pedir comida unos y de darse por culo los otros durante todo el día. Es a esta hora cuando se pueden ver cosas interesantes dignas de un animal. El otro día dos gacelitas no paraban de toparse y correr alrededor de los hipopótamos, los elefantes se bañaban, los nuevos pumas trepaban por el tronco de un árbol y el oso hormiguero en su nueva suite se comía una papilla ¿de hormigas? Sacando una lengua kilométrica. Hará unos meses los visitantes pudieron contemplar, sin pagar un euro más, cómo una leona se cabreaba con otra, y allí mismo la mataba. O el cocodrilo en el zoo de Taiwan al que se le fue la mano con el veterinario. O al revés.


Un rincón siempre me llamó la atención: el de la fauna Ibérica. El jaulón, réplica del que había en el retiro, con sus parejas de buitres negros y leonados. En otra jaula el águila real al que le falta un ala. Los jabalíes, la cabra hispánica, los osos pardos, que vendrán de Eslovenia pero dan el pego, y por fin el lobo ibérico.
A éste último siempre me acercaba a verlo al final del día. Cuando tocan, o tocaban la sirena que anuncia el cierre inminente. Los lobos se ponían a aullar. Impone un lobo aullando, aunque sea un lobo escuchimizado, de porte menor, pelaje ralo y con más años que dientes.
No hace mucho que fui a cumplir con mi rutina de despedir el día de zoo viendo a los lobos, cuando la sorpresa me dejó patidifuso. Esos ejemplares sumisos y avejentados habían cambiado por completo. Varios lobos grandes y compactos, con un pelaje tupido y largo, andares de reyes del monte ocupaban el espacio que parecía haber cambiado a su vez. Miré a los lobos y miré el cartel que estaba a unos metros y también lucía distinto: lobo de Alaska. La ley Bosman ha llegado al zoo.

2 comentarios:

PacMan dijo...

A mí también me gusta el zoo. Desde que soy papá no hay que encontrar excusas para ir al de la Casa de Campo, a Faunia, al Safari Park o a cualquier exposición de tres o más animalitos que se monte a menos de 200 km a la redonda. Nos vamos y punto.

Mike Muddy dijo...

Cuando vayáis, que iréis, a Ngorongoro tal vez os cueste un poco más regresar a un zoo.
Pero a mí también me gustan, siempre que las instalaciones sean dignas.