viernes, 6 de marzo de 2009

DIENTES DE ACERO



Este año 2009 me había propuesto un reto arriesgado y retrospectivo. Arriesgado porque suponía un cambio de costumbres. Retrospectivo porque significaba volver a la senda que dejé a medias allá por los años 70, cuando me negué a seguir con un proceso que me tenía "a unos hierros en los dientes-pegado" para conseguir una sonrisa profident que nunca llegó. En aquellos tiempos de EGB y Chiripitifláuticos perdí el tiempo, la paciencia y un incisivo inferior. Nunca consentí en dormir con un artilugio casero llamado "el gorro" cuya misión no llegué a comprender, pero muy probablemente era reducirme la cabeza a lo jíbaro y abducirme en las profundidades del sueño. Ahora, bien entrado en la cuarentena, me he decidido a ponerme brackets.

Dos de mis hijos los llevan. Alguno de mis compañeros del trabajo también. Casi una plaga. La mamá de un amigo de mi Antonio me enseñó sus hierros con una media mueca, entre orgullosa y dubitativa- y me contó que en la última celebración de cumpleaños de su oficina le sacaron un potito. ¡Qué cabrones! Por estética también nos ponemos tetas, nos reducimos los estómagos o nos alargamos el p... Cielos, es como caer en la moda de la última temporada. Pero, ¡qué narices!, estas últimas décadas hubiera dado lo que fuese por lucir sonrisa en aquellos eventos o en esas fotos con los amigos que luego se publicaron en cierto album. Estaba ante una oportunidad que consideraba definitivamente perdida y ahora era el momento de cobrar. Me puse en lo peor. ¿Qué puede suceder?

que se rompan como una nuez el atacar el turrón
que se oxiden y cambien de color
no volver a saborear las cosas crujientes en años
hablar de forma ridícula en medio de una importante reunión
que pierda un vuelo por no pasar por el arco del aeropuerto
que no consiga llegar al final del tratamiento

¿Miedo al ridículo? ¿Al fracaso de no llegar a final de tratamiento? ¡Los Mc Fly no son unos gallinas! Haciendo caso de mi entorno, me dispuse a acercarme a la consulta a ver qué pasaba. Me dijo Vicente, el ortodoncista amable y de sonrisa de anuncio: -tu caso es para unos Brackets Damon-. Unos Damon son unos señores brackets, unos alambres de titanio unidos por minimordazas que permanecen soldadas a los dientes con pegamento. Nada que ver con los bonitos alambres -casi invisibles- lucidos por modelos de adolescentes, mozas y mozos, que pueblan las paredes de la consulta. Los míos en mi nueva boca se me antojaban como las fauces de un tiburón blanco sudafricano. Me sentía raro, como encerrado en una jaula pero hacia dentro. Tras una semana de desdichada pasión, plagada mi boca de llagas y con la sensación de no haberme cepillado los piños en años, empecé a olvidarme de que los llevaba. Ahora sólo me acuerdo de ellos cuando vuelvo a la consulta porque se me ha soltado un hierro. Después de las lentillas, otro adminículo más en mi metamorfosis a cyborg.

4 comentarios:

Mike Muddy dijo...

Leyéndote me ha entrado hambre. Voy a por el segundo desayuno, como los hobbits.

gonso dijo...

Ya sólo te queda el sonotone, el peluquín, el bastón, muleta o andador y el braguero.

Pepe dijo...

Tranquilo Pacman, con hierros o sin hierros siempre serás uno de los siete sex simbols de la banda. Eso si, cuidado con los besos con lengua, no vaya a ser que dejes a tu santa sin palabras para toda la vida.

Titus Jones dijo...

Joder, el día que hagas un 69 puedes hacerte con uno de los alambres un pincho.