jueves, 20 de noviembre de 2008

LA VERGÜENZA DE HABER NACIDO EN UNA FAMILIA QUE SIMPATIZABA CON EL BANDO NO VENCIDO



Ahora que se calienta el debate de la memoria histórica, que el juez Garzón ha acelerado hasta los 100 km/h y frenado en tiempo record, y que el Gobierno de España ultima los procedimientos para la exhumación de los cadáveres de los caidos republicanos alrededor de la Guerra del 36, se me ocurre una reflexión. Politizado como es lógico desde los dos bandos que, queramos o no, pueblan los escaños de sus señorías del hemiciclo, este asunto está entretejido en el seno de las familias de cada uno de los españoles. Una discusión de fondo rancio y envenenado pugna por hacerse un hueco entre la demagogia de unos y el estancamiento decimonónico de otros: ¿de qué lado estás?

Mi caso es el caso de todos, queramos o no reconocerlo. Entre mi ascendencia o la ascendencia de mis hijos, hubo tanto simpatizantes del lado republicano como nacional. Izquierdistas y nacionalistas. Rojos y fachas. Tanto unos como otros experimentaron de cerca y de lejos el miedo, la alegría, los bombardeos, la injusticia, el olvido, la esperanza o el desconsuelo; ligado todo ello a la lejana contienda, a la postguerra y a la transición democrática. Generaciones enteras que vivieron de niños, de adultos y de viejos con la Guerra Civil a sus espaldas. Mis abuelos, mis padres, mis suegros y sus padres, marcados todos ellos por ese conflicto. No trato de responder si es ético o no remover esa memoria histórica. Tampoco de si es en 2008 -siglo XXI, ojo- el momento de hacerlo. No planteo aquí si el mismísimo juez Garzón debe encender la polémica o si los políticos deben ejercer de políticos en el asunto.

Lo que planteo es: ¿debe alguien sentir vergüenza por simpatizar con el franquismo? Inicialmente, nuestras neuronas se orientan en un gesto reflejo y se posicionan: todo lo que suena a franquismo es automáticamente tachado de genocida, si no totalitario, retrógrado, o cuando menos, casposo. Hoy en día es considerado digno de inclusión en su currículum, para un político, periodista o dramaturgo el tener un abuelo fusilado por rojo. Sin embargo, queda feo haber gala de pasado ligeramente adicto al régimen. Es la reacción a 40 años de dictadura, en la que la mano derecha sabía lo que hacía la otra mano: la una estaba arriba y la otra soportaba el tipo abajo. Pero en el fondo, salvo una serie de cargos de alta jerarquía y un considerable número de beneficiados por "amiguismos" y "cuñadismos" descritos por Forges y otros humoristas de aquella época, el común de los españolitos de derechas eran hombres y mujeres que nunca rompieron un plato, ni se beneficiaron de los puestos públicos, ni participaron del horror de la represión. Muchos millones que creían de veras que con Franco estaban mejor. Sin coñas.

Mis padres nunca fueron a la Plaza de Oriente ni al Bernabéu a contemplar los actos sindicales del primero de mayo. De niños tuvieron que conformarse con su frugal cartilla de racionamiento, como todo el mundo. Vivieron casados varios meses en casa de los padres de ella hasta que pudieron trasladarse a un piso de sesenta metros cuadrados, a tomar por culo del centro. Soportaban en el trabajo a tipos oscuros y vagos -medradores profesionales- que les sermoneaban y vigilaban sus llamadas, amistades y costumbres. No se alegraron, pero tampoco lloraron cuando murió Franco, acojonados por el porvenir suyo y el de sus hijos tras los años de calma bajo el "Movimiento". Y sin embargo, muchos nos quieren vender que esos quince o veinte millones de españoles eran todos simpatizantes de un régimen fascista y nazi. No me imagino a ninguno de mis padres con una pistola o acusando a un vecino de comunista. Sé que lo que digo es políticamente incorrecto, pero cuando miro la tele o leo la prensa en general me dejo llevar por el acto reflejo y siento vergüenza. Vergüenza ¿de qué?

Lo siento, pero esto que se hace ahora me suena a manipulación. La mitad de la población española no eran unos fascistas. Estaban alineados en uno de los bandos de una guerra que nunca debió producirse y punto. Sigamos adelante, miremos al futuro y dejemos de tachar a los unos como románticos y a los otros como diablos. Ese discurso es demagogia. O al menos, eso creo.

2 comentarios:

Mike Muddy dijo...

La guerra acabó hace 80 años. Fue un trágico error de aquellos españoles llegar tan lejos en sus disputas, y no creo que ningún bando tenga que enorgullecerse de nada. En mi familia hay curas que tuvieron que huir del Madrid republicano escondidos en carros de heno para que no les quemaran vivos. España se partió, y hubo gente que, sin comerlo ni beberlo, acabó fusilada en un paredón y enterrada en una cuneta por odios vecinales y cainismo más que por cuestiones ideológicas...
Nosotros somos de la generación de la Transición, que fue un ejercicio quirúrgico para extirpar odios y hacer borrón y cuenta nueva. Un éxito que algunos quieren borrar ahora. Al margen del derecho que tienen los familiares (de un bando y de otro) de recuperar los restos de sus muertos, creo que todo lo demás (memorias históricas e histéricas, garzonadas, sectarismos, alharacas de antifranquistas de nuevo cuño que no sé dónde coño estaban cuando de verdad pintaban bastos, etcétera) sólo sirve para volver a una España que, por fortuna, ya no existe. La España del siglo XXI debería ser la de la modernidad y la superación de fantasmas; en cualquier caso, es la de nuestros hijos, que sabrán de la guerra civil y de Franco por los libros, porque nosotros no tenemos batallitas que contar al respecto.

Franco murió hace 33 años, aunque Garzón se haya enterado ahora. Aquel día me fui a montar en bici al parque. Hoy estoy planeando una cita con mis amigos este fin de semana para echar unas risas y hacernos unas fotos para un álbum de recuerdos donde, por cierto, no se cita al dictador por ninguna parte.

Gonso dijo...

Al futuro, siempre al futuro. Cualquier tiempo pasado fué anterior y ya está.