Hoy ha sido un día duro. He salido tarde del trabajo y como de costumbre, he cogido el coche y he conducido hacia mi casa a través de una marea de tráfico urbano. He detenido mi vehículo tras el coche de un sujeto que había parado en medio de la calzada a preguntar una dirección a un viandante. Estaba yo pacientemente esperando a que el tal tipo desbloqueara el carril cuando reparé en un padre y su hijo caminando felices por la acera. El padre le ofreció al nene un chupa-chups y éste desenvolvió el caramelo, se lo metió en la boca y tiró a sus pies el envoltorio con despreocupación. Al final, he reanudado el camino y he aparcado frente a una tienda. He cerrado el coche y me he dispuesto a entrar a comprar una revista. En el interior, la dependienta no ha contestado a mis "buenas tardes" ni a mis "gracias, adiós", pero me ha cobrado el artículo. A la salida, me he encontrado con una pareja joven que casi me arrolla cuando salía por la puerta de apertura automática sin hacer caso del "antes de entrar, dejen salir". Quizás es de las parejas que se ponen a morrear sentaditos en medio del vagón del metro sin darse cuenta de que una embarazada y un anciano se agarran como pueden a la barra vertical que los separa, con riesgo de caer en la próxima frenada.
Mi visión de la educación -o de la falta de educación- de la sociedad en que vivimos choca con las frases que se oyen en contra de la cultura que traen algunos inmigrantes. Ellos vienen con una educación distinta, pero no tenemos derecho a quejarnos si antes no cumplimos con nuestro deber de ejercerla. Estoy harto de ver situaciones en que los de aquí entorpecemos el tráfico, tiramos papeles al suelo, no damos los buenos días ni las gracias, olvidamos las reglas de ceda el paso, no cedemos asientos en transporte urbano... O nos hemos olvidado de lo que nos enseñaron cuando éramos niños, o nuestros padres hicieron malamente los deberes al inculcarnos las reglas básicas de educación para vivir en sociedad. Mi orgullo es que mis hijos tienen conciencia de hacer estas cosas, incluso conciencia de que otros hacen las cosas mal si tiran el papel de un sugus. ¡Menuda cara le han puesto ya a algún que otro zopenco! En mi caso, no he roto la cadena de la educación que perpetuaban mis padres o mis suegros allá por el siglo XX. Yo sí me siento con derecho a reprender a quien no cumple con esas pocas reglas básicas. Aunque creo que los que lo hacemos, cada vez más, somos "rara avis" en este mundo caótico. En este caso sí me siento mejor y no solo diferente.
2 comentarios:
Me siento solidario contigo. Los casos de mala educación surgen cual hongos en otoño. Esta misma mañana, en el aparcamiento de un centro comercial, he visto cómo un tipo vaciaba el cenicero del coche en el suelo. Hace unos días, frente al parque donde voy con mis hijas, dos niñatos fumando porros hiceron lo mismo, adjuntando además un mechero vacío. Les pedí que lo recogieran y amenazaron con darme unas hostias. Como iba con las niñas no quise meterme en líos, me alejé unos metros y llamé a la Policía para denunciar que "dos tipejos estaban trapicheando con droga frente a un parque infantil". Por lo menos me di la satisfacción de comprobar, desde la distancia, cómo los polis daban un susto a esos mierdecillas. En fin, no soy optimista. Más bien soy pesimista: vamos directamente a la extinción. Pero, por si acaso, aplaudo tu idea de que la cadena de la educación no se rompa. Es la única, mínima, esperanza.
Es la clave. No hay otra.
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