Ahmed vende alfombras, pero no dudaría en vender a su propia madre. Sirve un té con menta a su potencial víctima mientras le encarga a un currete callado y servicial que vaya sacando el género: todo hecho a mano, todo de primera calidad. Su verborrea fascina incluso a un vendedor como Titus, que no dudaría en contratarlo como comercial. Las alfombras molan. Coloridas e historiadas, dan ganas de llevárselas puestas. Pero dos voces femeninas empiezan a tocar los cojones. "¿Pero dónde metemos eso? ¡Si el salón de casa es más pequeño que esa alfombra! ¿Y cuánto vale? Vamos... ¡ni de coña!". Y Ahmed, viendo peligrar el asunto, les dice a los maridos, el flanco débil de la negociación: "Normalmente son los pachás los que ponen pegas y no quieren gastarse el dinero, pero hoy sucede al contrario. Hablemos nosotros, pues, no hagáis caso a estas fátimas".
(Un inciso: el pachá, en el imperio otomano, era un hombre con mando superior en el ejército o en alguna demarcación territorial. Fátima es la hija menor del profeta Mahoma y su esposa Jadiya. En Marruecos se refieren a menudo a las mujeres como "fátimas" y a sus maridos como "pachás").
"¡Dios mío, está lleno de estrellas!". No somos Arthur C. Clarke ni viajamos a bordo de la nave Discovery. Pero en Zagora, a las puertas del desierto, damos fe de ello: el cielo está lleno de estrellas. Sentados sobre una duna, ensimismados en la contemplación del firmamento, ni siquiera oímos al bereber que se acerca con una bandeja. Té en el Sahara, como la canción de Police. Después vamos a la tienda-comedor a apretarnos un tajin, guiso tradicional que consiste en un estofado de carne con verduras; más tarde, al fuego del campamento a escuchar temas tradicionales y adivinanzas; y por último, a la haima a dormir o lo que se tercie, aunque lo que se tercia es la abstinencia, una almohada que parece un saco terrero y un frío de cojones al amanecer. Tras un desayuno hipocalórico (ejem...) montamos en unos dromedarios para sentirnos como Lawrence de Arabia. La cabalgada le hace un culo nuevo a uno de nosotros, pero omitiré el nombre por buena educación.
En nuestro primer paseo por Marrakech, las fátimas quieren teletransportarse. No aguantan la presión. Todo el mundo está en la calle yendo y viniendo y el caos es absoluto. Y todo el mundo nos entra, claro. "¡Más barato que en el Mercadona, más bueno que en el Carrefour!". Los tipos son pesados, pero sin exagerar; en la mayoría de los casos dos negativas son suficientes para que se olviden de tí y busquen otro objetivo. La excusa de la crisis funciona, aunque alguno contraataca, con razón, diciendo que nuestra crisis de ahora es su crisis de toda la vida. Además, se supone que si te has levantado a las cuatro de la mañana para pillar un vuelo low cost y venir hasta aquí es porque aceptas las reglas del juego, esto es, el tráfico infernal, la coctelera de colores, sonidos, sabores, olores y texturas, las miradas hostiles cuando levantas la cámara, los cuentacuentos, el encantador de serpientes que te pone la bicha al cuello, el fast food de los chiringuitos, el regateo inmisericorde... Pero al atardecer, si pasas de actor a espectador y subes a una de las terrazas que hay sobre la plaza Jemaa el Fna a tomar un té, puedes observar una de las representacíones más impresionantes de ese mundo que -reconozcámoslo- no nos es tan ajeno. Y si no, preguntad a las fátimas que al final del viaje se sentían en su salsa en el zoco, regateando como CR9 en la banda por un fular, unas babuchas o unas Converse de imitación.
(Un inciso: el pachá, en el imperio otomano, era un hombre con mando superior en el ejército o en alguna demarcación territorial. Fátima es la hija menor del profeta Mahoma y su esposa Jadiya. En Marruecos se refieren a menudo a las mujeres como "fátimas" y a sus maridos como "pachás").
"¡Dios mío, está lleno de estrellas!". No somos Arthur C. Clarke ni viajamos a bordo de la nave Discovery. Pero en Zagora, a las puertas del desierto, damos fe de ello: el cielo está lleno de estrellas. Sentados sobre una duna, ensimismados en la contemplación del firmamento, ni siquiera oímos al bereber que se acerca con una bandeja. Té en el Sahara, como la canción de Police. Después vamos a la tienda-comedor a apretarnos un tajin, guiso tradicional que consiste en un estofado de carne con verduras; más tarde, al fuego del campamento a escuchar temas tradicionales y adivinanzas; y por último, a la haima a dormir o lo que se tercie, aunque lo que se tercia es la abstinencia, una almohada que parece un saco terrero y un frío de cojones al amanecer. Tras un desayuno hipocalórico (ejem...) montamos en unos dromedarios para sentirnos como Lawrence de Arabia. La cabalgada le hace un culo nuevo a uno de nosotros, pero omitiré el nombre por buena educación.
En nuestro primer paseo por Marrakech, las fátimas quieren teletransportarse. No aguantan la presión. Todo el mundo está en la calle yendo y viniendo y el caos es absoluto. Y todo el mundo nos entra, claro. "¡Más barato que en el Mercadona, más bueno que en el Carrefour!". Los tipos son pesados, pero sin exagerar; en la mayoría de los casos dos negativas son suficientes para que se olviden de tí y busquen otro objetivo. La excusa de la crisis funciona, aunque alguno contraataca, con razón, diciendo que nuestra crisis de ahora es su crisis de toda la vida. Además, se supone que si te has levantado a las cuatro de la mañana para pillar un vuelo low cost y venir hasta aquí es porque aceptas las reglas del juego, esto es, el tráfico infernal, la coctelera de colores, sonidos, sabores, olores y texturas, las miradas hostiles cuando levantas la cámara, los cuentacuentos, el encantador de serpientes que te pone la bicha al cuello, el fast food de los chiringuitos, el regateo inmisericorde... Pero al atardecer, si pasas de actor a espectador y subes a una de las terrazas que hay sobre la plaza Jemaa el Fna a tomar un té, puedes observar una de las representacíones más impresionantes de ese mundo que -reconozcámoslo- no nos es tan ajeno. Y si no, preguntad a las fátimas que al final del viaje se sentían en su salsa en el zoco, regateando como CR9 en la banda por un fular, unas babuchas o unas Converse de imitación.
3 comentarios:
El desierto impresiona.
El vacío lo llena todo y no hay cielo más lleno de estrellas que el del desierto.
Marruecos me da pereza pero acabaré yendo.
Tengo recuerdos de la plaza Jamaa el Fna por la noche, degustando cuscús y cordero sobre un mar de luces danzantes. Los olores y sabores de Marruecos son difíciles de describir, pero lo has clavado. No sabía de vuestro viaje relámpago, pero ¡bien hecho!
Mike, este post es digno de mi, no de ti. Un poco flojo para lo que fue el viaje.
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