En Madrid vivimos en el frente de batalla. El devenir de los días en una gran urbe nos barre como un tsunami sin darnos tiempo, en muchas ocasiones, a reaccionar ante lo que se nos vine encima. Al final de la jornada, cuando tienes el primer momento de tranquilidad, es cuando asimilas todo lo que te ha pasado y te empiezas a mentalizar para el tsunami de mañana, y el pasado mañana… y el de…
Pero la realidad humana no siempre ha sido así. Ha sido peor y más dura que actualmente. Este fin de semana he estado perdido en un semi-abandonado pueblo de la provincia de Soria, Villanueva de Gormaz, perdido cerca de la ribera del Duero, donde la noche es recibida con la luz de apenas cinco farolas que alumbran las paredes de adobe derruidas dándole un aspecto fantasmagórico. El único ruido que se puede escuchar es el del zumbido de nuestros propios oídos, que buscan ansiosamente alguna onda sonora que trasmitirnos al cerebro.
Quietud, silencio, soledad… magníficas palabras y mejores sensaciones. Lo mejor viene cuando el Sol nos abandona, cuando poco a poco se van dibujando en el cielo un espectáculo que triunfa todos los días en la cartelera, pero no en la cartelera de Madrid, triunfa en la cartelera de Villanueva de Gormaz. Eso sí, no va mucha gente a verlo, si acaso los gatos callejeros, las ovejas de los rebaños y las almas del pequeño cementerio pegado a la ermita pero, como las mejores funciones, las sensaciones cuando acaba la función son inmejorables y estas deseando verla otra vez y así noche tras noche.
El cielo de Villanueva de Gormaz es sobrecogedor, te hace sentirte pequeño ante tanta estrella. No sabes donde mirar, de derecha a izquierda, de arriba hacia abajo. Siempre están allí, saliendo al escenario de la noche sin importarles cuanta gente les viene a ver. Que más da. Generación tras generación han visto este espectáculo sin darle probablemente mayor importancia. El Cid, Almanzor y tantos otros pasaron por estas tierras dejando su huella en la frontera del Duero. Ellos también verían el firmamento de la noche soriana y quizá no recayesen en su grandiosidad. Nosotros, los “urbanitas” del S.XXI, a pesar de todos los avances no podemos ver lo que veían ellos todos los días, quizá por eso lo valoramos más.
Madrid arrasa con todo, incluso a las estrellas. Peor para nosotros. Siempre nos quedará ese pequeño pueblo de Castilla para contemplar su cielo, su Capilla Sixtina. Villanueva de Gormaz. ¡Que grande eres! Ni Madrid puede contigo.
3 comentarios:
Valoramos el cielo estrellado y el silencio porque la experiencia es inusual. Pero vivir en lugares tan bucólicos toda la vida... Lo siento, yo no los cambio por Madrid, a pesar de sus atascos, su contaminación y sus madridistas.
Yo también iba a comentar que para un ratito, y con buen tiempo, Villanueva de Gormaz pueda ser un idílico lugar para contemplar las estrellas y ver pasar la vida lentamente a la luz de cuatro farolas.
Pero en enero, a varios grados bajo cero, noche cerrada y oscura desde las cinco de la tarde... puf.
Se quitan las ganas de contar estrellitas que a lo peor ni se ven tapadas por unos nubarrones del copón.
Yo tampoco lo cambio por TC.
Te ha salido muy bucólico
Titus vuelve, el artículo no es creíble en ti
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