martes, 29 de abril de 2008

AN OCTOPUS IN A GARAGE


Situémonos.

Lugar: ya conocido. Winchester.

Tiempo: primavera británica. Si Vivaldi hubiera sido inglés no habría compuesto las cuatro estaciones, si acaso una sinfonía al frio y a la lluvia y con eso le valdría para todo el año. Uno comprende rápidamente por qué los abueletes británicos se jubilan en Málaga y Tenerife.

Puto clima.

Excepto por el asco de tiempo el viaje de este año pintaba bastante bien, ya que desde el jueves hasta el domingo no tenía que preocuparme por los chavales que se quedaban con las familias de intercambio. Así que tenía unos días libres con el único compromiso de una cena el viernes.

Mi amigo Dick, el ya jubilado embajador de su graciosa, me había avisado de que iba a celebrar una cena y que sería bueno que me llevara una chaqueta y una corbata.

¡Rayos! Eso ya me sonó a cierta formalidad y se me dispararon las alarmas. Ni chaqueta ni leches, mi mejor traje a la maleta...por si acaso.

Y menos mal que lo hice.

La información sobre el ágape me llegaba con cuentagotas. En el coche, desde el aeropuerto, mi embajador me preguntó muy diplomáticamente, of course, si tenía "strong positions" sobre Gibraltar ya que uno de los invitados, casi nada al aparato, era ex gobernador de la Roca.

Coñe.

Corbata, traje, embajador, ex gobernador... esto se estaba complicando.

La mañana del viernes me la pasé en London y me olvidé del compromiso pero ya en el tren de vuelta me empecé a preocupar, máxime cuando ya vestidito como un pincel me encaminé hacia el college donde se celebraba el evento y me enteré de que no era en uno de los comedores conocidos si no en la parte "noble".

Recoñe.

Abro la puerta ojival y subo por las escaleras alfombradas. Tíos con peluca miran al frente desde los cuadros que llenan las paredes recubiertas de maderas añejas. Hay una mesa con un libro de firmas para visitantes. No firmo para no dejar constancia de un posible fracaso. Un mayordomo con pajarita blanca, que habla bajito, me conduce hasta el salón donde espera el anfitrión y algunos invitados.

El salón. Lujo inglés del siglo XVIII. Me reciben el ex embajador y señora. Copa de champagne francés y empiezan las presentaciones. No retengo ni un sólo nombre pero todos son diplomáticos, profesores de Oxford o Cambridge, esposas de embajadores o madres de embajadores. Entre todos pueden sumar mil años pero tienen una pinta estupenda, sobre todo las señoras a las que sólo les sobran veinte años. A alguna treinta.

Los primeros minutos son de agobio, entre toda esa representación del establishment británico hay una nota discordante: un pelagatos. Mi menda.

Nunca me había sentido tan fuera de lugar y empecé a pensar en la castiza imagen del pulpo en el garaje. Totalmente perdido.

Pero en el momento más difícil salió el ave Fénix. Ese guerrillero que todos llevamos dentro y me dije: "Qué coño, ¡A triunfar!

Sólo recuerdo algún dato suelto. La señora bajita que primero me da conversación, es francesa pero no tiene acento. Me habla de Malraux, menos mal que me suena el nombre y sé que es poeta y francés pero no sé nada más de ese señor.

El marido de la francesa se ha jubilado de no se qué y ejerce de británico. Es decir de raro. Pertenece a una sociedad de amigos de la góndola veneciana y se ha comprado una para remar en el Támesis. La señora me lo cuenta muy en serio y se percata de que se me ha desencajado la mandíbula al escuchar semejante cosa.

Otra señora tiene al marido de embajador en Riad. Me dice que allí no puede hacer nada y que prefiere quedarse en Londres. La hija de otro vive en Bostwana. En la embajada, claro. Así una detrás de otra me cuentan sus cosas y me preguntan, por cortesía, sobre Madrid.

Poco a poco el pulpo va encontrando su sitio ayudado por el saber estar de toda esa gente que no paran de darme conversación y me salvan de los silencios incómodos.

Y sonó el gong. Dinner is ready.

Pasamos a un comedor espectacular alumbrado sólo con las velas de enormes candelabros de plata. En las paredes más gente con cara de cuadro. Todo antiguo pero no viejo. Elegante sin estridencias sólo desentona el chaleco verde botella del señor que estudió en Eton, pero como es millonario le toca un pie el color de su chaleco.

Busco mi sitio en la mesa. Ahí está mi nombre en una tarjeta con el escudo de armas del college. Estoy en la cabecera entre dos señoras. Se turnan en hablar conmigo y salgo airoso e incluso llego a estar brillante hablando de arquitectura. Definitivamnete no era el lugar para hablar del Liverpool y Fernando Torres.

La comida es pasable comparada con lo que allí se estila. Sigo conversando. Oigo muchos "excellent", "absolutely" and "superb". Un momento de crisis vino con la reacción de mis intestinos a las burbujas del champagne y estuve luchando unos minutos para no tirarme un pedo. Al final me lo tiré pero sin consecuencias.

Tin, tin, tin, tin.

Dick se levanta y con su cuchillo golpea la copa para llamar la atención de la veintena de comensales. Es el momento de los discursos y los agradecimientos. Un sudor frio me recorrió la espalda al pensar que a lo mejor tendría yo que decir algo pero hubo suerte. También creí que habría que brindar por la reina pero tampoco.


En fin, hay otros mundos, pero están en éste. No creo que me vuelva a ver en una parecida pero una vez superado el momento "octopus in a garage" y pasar al "from lost to the river" creo que "in the end" salí bien parado del envite y dejé el pabellón patrio en todo lo alto.

With a pair.

4 comentarios:

Mike Muddy dijo...

Los british son expertos en servir la soberbia con el té con pastas. A pesar de todo los soporto más que a los franceses. Con todo, muchos de ellos no han hecho la transición desde el imperio: aun se creen los amos del mundo. Si la armada invencible no hubiera tenido que luchar contra los elementos no sé dónde estarían estos pájaros ahora.
Excelente crónica, por otra parte.

Pepe dijo...

¡Ole tus huevos, Gonso. Imagínate la experiencia teniendo encima que hablar en inglés!. La próxima vez, cuando cojas confianza les cuentas lo del Rátón, lo de las péliculas porno y Barrio Sésamo y como saludabas gentilmente a los árbitros de baloncesto al final de los partidos después de haberte restregado la mano diestra por los cojones. Triunfo asegurado con las mocitas que frecuentan estos eventos, que desearán fervientemente que ejerzas de octopus con ellas.

PacMan dijo...

¿Y qué hubieras hecho si te llegan a preguntar por las monas y el peñón?

yiyi dijo...

Tendrías que haberte tirado el pedo, seguro que no te dicen nada por la puta formalidad que se gastan. de PM tio