El fin de semana pasado jugaron el Madrid y el Atleti aunque apenas tuvieron repercusión mediática. De hecho no fue un único partido si no que fueron dos: los juveniles jugaron en el Cerro y los cadetes en Valdebebas. Soy tutor de diez chavalotes futbolistas que se reparten entre cadetes y juveniles, y ambos me dijeron que si les iba a ver jugar. Como los cadetes insistieron más, y me pillaba más cerca, me fui a Valdebebas desafiando la ciclogénesis explosiva que nos rozó.
En Valdebebas se respira fútbol. Por encima de unas magníficas instalaciones hay un tufillo jurgolero que es igual que en cualquier otro campo de barrio o de pueblo. Ese aroma lo da un poco la raíz de un deporte que bebe más a morro que en copas de cristal de Bohemia; definitivamente distinto a un club de tenis, una hípica o un green de golf. Hablando de aromas, a lo que olía al entrar en el complejo, era a porro. Don Florentino no tiene que ver con el asunto, más bien era un grupito de padres de unos chavales de amarillo que acababan de jugar contra los locales. Allí esperaban dándole a la hierba cuando aparecieron las madres anunciando a gritos que había que esperar al Jonatan y al Kevin porque se iban a duchar. "Pero que ducha ni qué hostias" dijo uno de los progenitores porreros.
Llego al campo 5 y está la grada de bote en bote. Hay más padres, madres y amigos del Atleti que de los locales del Madriz. Los chavales ya están calentando en el césped y sólo veo a dos de los míos. Ya me habían avisado de que el sistema de convocatoria es asesino, pues todas las jornadas se quedan hasta 6 tíos en la grada.
No hay mal rollo en la única tribuna, donde abundan las madres fumadoras y los padres retacos de cuello corto. Un canijo de unos 5 años se arranca cantando: "Atleti, arriba, mirando hacia la liga, Madrid, abajo, buscando escarabajos". Todo el mundo se descojona y aplaude al chavalín. Todos menos uno: el de la gorra. Hay un personaje clásico en Valdebebas, que vive practicamente en las instalaciones, y viste del Real Madrid de los pies a la cabeza. Cada vez que la grey atlética prorrumpe en cánticos, les chista para que se callen y los mira con cara de cabreo. Él solito se pone a dar gritos de Madrid, Madrid, Madrid; nadie le sigue pero le importa un huevo pues está animando al club de sus amores.
Edgar no está convocado y mira el partido a mi lado. Se lo trajeron de Canarias y apenas le da bola el mister. Rafa está lesionado, Oscar descansa, Angel es portero y está bajo los palos y Dario es su suplente. Veo el partido a la antigua, de pie, igual que cuando iba al Bernabéu con Pepe y Titus. Eso sí, en el descanso ya noto las piernas y al final del partido apenas me responden.
El gol es caro en el mundo del fútbol y quizá en cadetes lo sea más. Apenas hay oportunidades y se imponen las defensas. Lo que no cambia es la ojeriza con el árbitro. El medio centro del Madrid le mete una lija espectacular a uno del Atleti y le sacan la amarilla. El tio que tengo al lado- perilla, tatuajes y pelo rapado- le protesta y le insulta a voz en grito; el argumento es que es la primera. Patadón pero la primera. Pasa el primer tiempo sin ocasiones y durante el descanso me entretengo contemplando la T4 en la distancia y me encuentro con algún padre conocido. Me cambio de sitio y la voz que oigo a mi lado me suena. Es la de un tio que comenta los partidos de la Premier en TVE y que fue representante de Torres. Habla con alguien que me suena pero no le pongo nombre, aunque deduzco que es un mandamás del Atleti. Pongo la oreja y hablan del primer equipo y de cómo el mister, "este chico", no se da cuenta de que tiene que sacar a Jurado. Enseguida me acuerdo de él. José Manuel Jurado, buen chaval. Todavía tengo unas espinilleras suyas que me prestó para jugar un partido en cole. Quizá alguno de los que estoy viendo hoy lleguen tan lejos como él, o como Soldado, Codina, Javi García, Juanfran, Juan Mata o los hermanos Callejón. (curioso, ninguno en el Madrid)
Dos de mis chicos calientan en la banda. Son la conexión argentina. Martín, potrero puro, que cuenta unos chistes que avergonzarían al más cuajado de los chulos de su barrio de la Boca, y Santiago, de poco físico pero desde que sale al campo no deja de correr y llega a todas partes.
El Atleti marca y la mitad de la grada prorrumpe en gritos de alborozo mientras que el tio de la gorra se quiere morir. Pero no lo hará, sólo morirá el día en que no le dejen entrar en Valdebebas. El Madrid empieza a apretar y encuentra un coladero en el costado derecho del rival. El bajón físico de la banda colchonera abre una autopista pero el Madrid no ve puerta ni de coña. El nueve blanco se va de dos, tres, pierna derecha, le sale otro más y lo elude, finta al portero que se va al suelo, se escora hacia la izquierda, va a marcar... pero como tiene la zurda sólo para apoyarse, se queda sin ángulo y chuta al poste. La jugada sigue y es el portero del Atleti el que levanta al hundido ariete y le consuela con un abrazo al que el del Madrid correponde con otro. El mister del Madrid jura en Arameo y el del Atleti mira a su guardameta como diciendo ¿Pero qué haces? ¡Pisálo, pisálo!
El árbitro no se entera. Pita dos fuera de juego que no son y desde la grada se acuerdan de su madre primero y de su padre después. Por mala conciencia o ineptitud, le saca la segunda amarilla a uno del Atleti por perder tiempo en un saque de banda. Los colchoneros se indignan, con razón, y el chavalín de 5 años grita "hijoputaaa", mientras los del Madrid se descojonan. "Ya la ha liao". Dos jugadas más tarde el extremo merengue recibe una pared a espaldas del defensa y se va sólo hacia puerta, el central rebasado le agarra del cuello pero la roja clarísima se convierte en amarilla. Los madridistas se indignan con razón ¡árbitro joputa! dice el de la gorra mientras que los del Atleti se descojonan.
Sigue el acoso y los del Cerro sacan a dos africanos para el contraataque. Corren como gacelas pero no se comen un saci.
Queda un minuto para el final y en un córner el Madrid empata. Es un gol de remate, rebote, remate, rebote y gol. Alegría y resignación por barrios pero no hay un mal gesto ni una mala palabra excepto para el trencilla; ni siquiera las madres fumadoras pierden la compostura ni los padres de cuello corto acaban a hostias, que por otro lado, según me cuentan no es nada raro.
Acaba el encuento con empate y el Madrid conserva su ventaja de 3 puntos sobre el Rayo y 6 con el Atleti. Ha habido buen ambiente, pasión y deportividad. Buen rollito. Quizá pasaría lo mismo con los mayores si no existieran el p. Marca ni el p. As para exprimir el asunto. Quién sabe.
Pero aquí no estaban, sólo había una cámara y un cronista amateur.
3 comentarios:
Por lo que cuentas, parece una instantánea del 13 Rue del Percebe. Un mundo, eso de los partidos del finde con los hijos. Sin ir más lejos, hace poco me encontré en la grada de Alcobendas con Julián y su señora: el equipo local de una de sus hijas jugaba contra las de la mía. Hacía 20 años que no le veía pero no ha cambiado físicamente. Quizás fue en la boda de no me acuerdo de quién. Un alegrón.
¿Mugarza? Tremendo.
Buena crónica, por cierto. Qué pocos de esos chavales llegarán a algo, perjudicados por fichajes extranjeros que, salvo un puñado de excepciones, no serán mejores que ellos.
La fauna futbolera es siempre la misma con independencia de la edad de los cahavales y los equipos que jueguen. Y casi siempre los peores de todos, los personajes más vergonzantes, los padres y madres. Hay algunos por ahí que son patéticos, y desde luego el peor ejemplo posible para unos cahavales que actuarán como sus progenitores el día que les toque ejercer a ellos. Muy triste.
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