lunes, 30 de agosto de 2010

ATASCU EN EL RIU

A menos de 24 cochinas horas de terminar mis bien merecidas vacaciones, me reencuentro con el blog para dar cuenta de una vivencia vacacional que ha dejado honda huella en mi memoria.
Escribu el parrafu en el dialectu local que seguramente reconoceréis ya que todus habéis dadu con vuestrus huesus por esus pagus en varias ocasiones. Por si hay alguna duda, diré que es tierra de vaques, fabes con almejes, quesus, picus y sidrina.
Asturies ofrece una cantidad infinita de cosas que hacer, y uno de los hits es emular a los remeros que cada agosto se lanzan en desbocada regata para ver quién es el primero en palearse el Sella desde Arriondas hasta Ribadesella (15 km más o menos). Es un dia de fiesta grande en el principado y allí acuden miles y miles de personas que dejan las campas de al lado del riu como un auténtico vertedero después de un macrobotellón.
Tres días después del evento me apunté con el chavalín a hacernos el descenso del Sella en animada camaradería de padre y vástago, ya que la almiranta declinó desde el origen. Todo empezó a torcerse la noche antes cuando el lebrel no pudo pegar ojo acosado por una tos pertinaz que lo dejó para el arrastre, así que se cayó de la convocatoria y no tuve más remediu que afrontar la prueba en soledad. O eso creía yo.

Contraté la excursión en el hotel dónde me explicaron que una furgoneta me recogería y me llevaría hasta el Sella. La furgoneta resultó ser un autobus de 50 plazas donde sólo quedaba un sitio libre para mí. Llegamos a un punto en el rio donde todavía estaban limpiando los excesos alcohólicos de la fiesta y nos dirigimos a una gran nave que hacía las veces de recepción, entrega de material, vestuario, tienda etc. Todo un imperio. Allí hicimos cola, no uno, sino incontables autobuses que escupían turistas. Después de media hora de cola para pagar y firmar algún papel, nos dieron un bidón estanco con un pic-nic, un chaleco salvavidas y un remo. Sólo faltaba el cursillo para convertirnos en palistas del Sella.
Reproduzco el cursillo íntegro:
"A ver, ¿me escucháis bien los de atrás?- Vale, pues cogéis el remo así como lo tengo yo. Mano derecha aquí y mano izquierda en el otro lado,... sí, aquí, donde las marcas negras. La derecha va fija y la izquierda la movéis como si fuera el acelerador de una moto, ¿Vale? Para girar remáis al lado contrario del que queráis ir ¿De acuerdo? ¿Alguna pregunta? ¿Qué si volcáis? - No hombre no, es imposible volcar..., ¿Algo más? Pues al rio."
Y se acabó el cursillo.
Una rampa tobogán te depositaba en el agua y a partir de ahí libertad absoluta para administrarte el tiempo y las paradas con el único requisito de que había que terminar antes de las 6 de la tarde, momento en el cual entraban los pescadores. Un rio explotado al cien por cien que sólo descansa por las noches.
Los primeros momentos son para hacerte con la herramienta y casi todos los que acabábamos de aprobar el teórico nos veíamos en el rio sin control alguno, atravesados o directamente navegando de culo. Colisiones múltiples que se arreglaban con un perdón y una sonrisa. Los que íbamos sólos y no teníamos que coordinarnos más que con nosotros mismos, tomamos la delantera mientras que las parejas y tríos las pasaban negras para llevar la piragua con cierto decoro ya que paleando cada uno a su bola el resultado era quedar varado en una orilla y discutir con la parienta. Algún divorcio ha salido del rio fijo. Los que conseguían acoplarse, inmediatamente te pegaban una pasada y ya no los volvías a ver. O sí.
Concentrado en la navegación errática, apenas me daba tiempo para contemplar el paisaje y bastante tenía con guardar las distancias con las naves que me rodeaban por babor, estribor, proa y popa. El rio fluía sin prisa pero sin pausa; algún mini-rapidillo animaba la marcha y en éstas que al llegar a una curva con rápido, las dos pavas que me precedían volcaron con estrépito perdiendo, remos, chanclas, piragua y dignidad, ya que cayeron echando las patas para arriba y gritando desafinadamente. O sea, que sí. Que se puede volcar.
Hora y media después de ininterrumpida marcha palística, este galeote que suscribe, estaba ya un poco cansado y decidió hacer una paradita en una playa donde, ¡Oh casualidad!, tomaba el sol una remera de buen ver. Y allí me quedé descansando, contemplando el rio, su fauna y ver pasar cientos de canoas. La paradita se fue a tres cuartos de hora mientras me comía el miserable pic-nic y me deleitaba en la observación de los mamíferos de ribera fluvial.
De vuelta al agua con el salami centrifugándose en mi estómago, y bajo un sol de justicia, decidí tomármelo con calma y no gastar muchas energías. En esto que el rio empieza a acelerarse y hace una curva bastante cerrada hacia la izquierda. Hay muchas canoas en ese punto por lo que deduzco que debe ser un hot spot así que empiezo a estudiar mi rumbo para ver cómo pasar sin percance. Pero no fue suficiente. La corriente te llevaba hacia una orilla de roca, así que convenía adelantarse y cerrarse un poco para no acabar estampado contra el rocaje vivo, pero la congestión canoística tenía otros planes para mí y me ví emparadedado entre dos piraguas sin poder decidir que rumbo tomar, así que me fui directo a tomar: a tomar por culo. Cuando ya veía mis dientes decorando las piedres del riu, la parejita que iba por mi derecha inició una maniobra desesperada para salir indemnes del trago y lo que hicieron fue salvarme del hostión pero escoraron mi k-1 con el resultado de vuelco y descabalgamiento de su palista. Chof: Gonso al agua.
Con dignidad, eso sí, que una cosa es naufragar y otra es perder las formas. Me fuí al agua con la prestancia del director del orquesta del Titanic atacando el "God save the Queen". No perdí ni las gafas. Mi afán subacuático era el de aferrarme al remo y echar mano a la canoa antes de que tomara su propio rumbo y me dejara tirado rio arriba. Por fin pude sacar la cabeza del agua y acerté a ver mi bajel boca abajo y me acordé de la madre del tipo del cursillo que nos aseguró que era imposible volcar. Ya te pillaré.
Dejé atrás el incidente y seguí remando y remando. Hora y media después no me quedaba ni un gramo de fuerza y cada palada era un triunfo. El remojón, el calor, la postura antinatural y el braceo contínuo, se juntaron con el salami indigerible y acabé tirado en otra playita con todos los síntomas de un corte de digestión y con unas ganas de potar que no fructificaron. Me recuperé y volví a la canoa sin ningún entusiasmo. A partir de ese momento empecé a disfrutar del paisaje ya que me dejé llevar por la corriente todo lo posible. Un cervatillo se echó al agua a darse un refrescón para alegría de todos los chavales que seguían remando como si no hubieran hecho otra cosa en su vida. No así los padres que iban tan jodidos como yo. Y alguno más.
El rio se hacía interminable y en cada recodo buscaba con la vista el puente que marcaba el fin de trayecto; puente al que llegué maltrecho y en unas condiciones que un tipo que remaba con su parienta y pasó a mi lado resumió de la siguiente manera: "Mari, estoy hasta los cojones de remar"
Más alto sí, más claro, no.
Mi desembarco fue menos solemne, pues las ganas de bajarme hicieron que tomara una postura un tanto forzada, que unida al vacío de fuerzas y a que la canoa quiso hacerme la última pirula, estuve a punto de hostiarme contra las piedras y me hice una contractura dorsal. Pero llegué, que era de lo que se trataba.
Desde la distancia debo decir que el sufrimiento mereció la pena. Lo recomiendo, pero no en soledad, hubo ratos que se me hicieron eternos sólo por no tener con quién compartir la experiencia. Espero volver al Sella y seguro que la próxima vez, de los 15 km, no me sobrarán 14.

2 comentarios:

Mike Muddy dijo...

Ja, ja, gran crónica de sucesos en el río. Me sorprende que, después de todo, te queden ganas de repetir...

Pepe dijo...

Magnífica crónica. Yo también he andado por Asturias este mes de Agosto. Habrá post al respecto