Cumplo mi tradición particular de pasearme High Street de arriba abajo varias veces, desde la estatua del rey Alfredo el Grande en una punta, hasta la puerta medieval cercana a las ruinas del castilo del Normando William The Conqueror en la otra.
Aquí también están siempre de obras; me recuerda a Madrid y su tesoro escondido, lo único que cambia es que parece que lo que empiezan por la mañana, lo terminan por la tarde, y para eso de la hora del té ya lo han recogido todo. Andamios, excavadoras, vallas... todo. Es parte del efecto cinco-de-la-tarde, momento en que parece que cayera una bomba de neutrones y toda señal de vida desapareciera de las calles.
Estábamos en semana de elecciones generales y me llamó la atención el hecho de que no hubiera ni un sólo cartel ni banderola con los caretos de los candidatos, ni que se celebraran mítines de esos con banderita y bocata gratis. Allí no, sólo se ven pegatinas en las ventanas de las casa apoyando a su partido sin importarles que nadie sepa a quién vota cada uno. La verdad es que si no ves la tele ni lees el periódico probablemente no te enterarías del acontecimiento electoral. También es distinto el tratamiento que le da la prensa a la campaña pues cada periódico decide formalmente a qué candidato va a apoyar, y de manera abierta y decidida, ensalzan al propio y se tiran a la yugular del ajeno.
En el college hemos tenido un acontecimiento singular. Un evento importante que ha hecho que se suspendan tres horas de clase de una mañana, algo impensable en el monolítico colegio privado más antiguo de Inglaterra. El asunto de Sagunto está relacionado con la tradición militar que existe desde antiguo; no en vano, una de las entradas al recinto se hace atravesando el War Cloister, un claustro donde figuran los nombres de todos los Wykhamists (así llamados los que estudian aquí) caidos en la primera y la segunda guerra mundial.
Los alumnos que quieren hacen una especie de instrucción militar y es habitual verles por las tardes vestidos con sus uniformes paseando por el college.
Así que esa mañana teníamos parada militar con entrega de una nueva bandera al regimiento escolar. Y al loro, porque la entrega la hacía su alteza Real, el príncipe Eduardo, earl of Wessex, hijo de la reina Isabel. Pura tradición castrense y académica combinada con presencia de la familia Real, lo que significa el súmun del protocolo. Y yo allí en medio con mis chavalotes.
Del desfile me llamó la atención la manera en que el oficial iba dando las órdenes a voz en grito, con un soniquete especial de sargento cabreado, que rompía el silencio sepulcral que nadie, ni siquiera los pájaros, se atrevía a romper.
Pero lo mejor sin duda fue el final. Con todo el mundo expectante y mirando al cielo, empezamos a oir el rumor distante de un avión. Y de repente, pudimos ver la silueta inconfundible de un auténtico Spitfire dando varias pasadas por encima de nuestras cabezas. Sólo por eso valió la pena haber asistido al evento.
Del resto del día, y quizá de la semana apenas recuerdo nada más. Tan sólo que de nuevo el volcán quiso apretarnos las clavijas y a puntito estuvimos de tener que quedarnos. Pero ya estoy aquí; con la líbido recuperada y un Spitfire en la retina.
2 comentarios:
La verdad es que tiene que ser un lujo ver ese "bicho" volando. De trodas formas ir con tus chavalotes una semanita a England debe ser un coñazo espectacular.
Un clásico Winchester; este blog no sería lo mismo sin este viaje anual a la Pérfida.
Publicar un comentario