miércoles, 28 de marzo de 2012

MI VILLA AMABLE


Vivo en una villa amable. No la elegí. Digamos que me acomodé a vivir donde estaban mis intereses. Y acerté el pleno al quince. De pleno.

Los días de invierno suelen amanecer vestidos de blanco sobre los automóviles y sobre la hierba, pero tienden al dorado enseguida. Los rayos de sol alegran mis mañanas de sábado por las calles. Cuando voy a por el pan o cuando les doy la vuelta meona a mis amigos peludos oigo coros. Los gorriones y los mirlos cruzan tonos al saludar al sol. Ráfagas de aire serrano nos recuerdan que no hemos llegado a la primavera. Me cruzo por ahí con otros madrugadores que sonríen como yo. Sigo el paseo sin prisas. Esto es vida.

En mi villa tenemos un casco urbano del que te sales en 10 minutos a paso de abuelete. Hay árboles que han visto la Guerra Civil y un puente de hierro que construyeron para que cruzaran los carros y ahora se ilumina de noche porque dicen que es patrimonio cultural. Si cada uno de sus remaches contara una historia... También tenemos casas cubiertas de galletilla, que es un tipo de ladrillo de perfil estrecho y albañilería apretada. Por mi villa paseo por la avenida, sin acercarme mucho a "el parque", que dicen que en aquel parque el padre de Luisito se lió con la madre de Raquelilla y aquello terminó en dos divorcios y una relación algo tormentosa. Tenemos también la casa de un viejo valido de un rey español, y una iglesia de postal con las paredes encaladas en la que bautizamos a Antonio. Mi Antonio es el único que estuvo desde el principio inscrito en el registro como hijo de la Villa. A los demás los hemos cambiado recientemente y en su DNI ya figura como lugar de nacimiento. Un orgullo como ese sólo se forja si has nacido en lugares como Madrid.

Como decía, casi me pierdo. He llegado al jardín histórico. Al fondo se alza el castillo, en torno al que no se libró batalla alguna, pero desde el que se divisaría cualquier amenaza a leguas de distancia, si las hubiera. Brilla en todo lo alto el sol de mediodía y me ayuda a apreciar en todo su color la explosión que supone la naturaleza de las cosas pequeñas. La araña que teje su tela en busca de huéspedes, los fragantes macizos de flor de temporada, los nenúfares cubriendo el agua del estanque... Y en medio del agua, una estatua metálica de la ninfa Leda y un cisne cuellilargo enroscados el uno en el otro con expresión de éxtasis. Curioso dúo mitológico que no encontró otro lugar para llevar a cabo su danza natural. En una villa pequeña y alejada del mundanal.


Emprendo el paseo de vuelta y me sigo recreando en las cosas pequeñas. Hoy tomaré el vermouth a la luz del sol. Con unas olivitas.

4 comentarios:

Mike Muddy dijo...

En las cosas sencillas está la felicidad. Muy bonito post.

Pepe dijo...

De acuerdo contigo Pacman, eso es vida. Imagínate no tener que bajar para nada a Madrid y poder tomarte ese vermut a diario.

Reconozco que para todas esas pequeñas cosas, me dais envidia.

Pepe dijo...

De acuerdo contigo Pacman, eso es vida. Imagínate no tener que bajar para nada a Madrid y poder tomarte ese vermut a diario.

Reconozco que para todas esas pequeñas cosas, me dais envidia.

gonso dijo...

Buen post. A veces eso de vivir lejos del mundanal ruido tiene algún inconveniente... pero ahora no recuerdo cual.
Lo que más me reafirma en ser Tricantino es cuando todas las mañanas veo la boina negruzca flotando sobre los edificios. Esa boina que no existe oficialmente porque nadie la mide...