lunes, 3 de junio de 2013

AQUELLOS JUNIOS



Comienza una semana distinta a las demás. Una semana de grandes acontecimientos y de grandes esperanzas. Mariano ya nos avisaba de que estemos atentos a las cifras del paro mañana martes. Que nos íbamos a enterar de lo verde que viene junio. Por otra parte, en la Comunidad de Madrid va a ser semana de exámenes de selectividad, ¿quién sabe si será el último año que se llame de tal manera? Así pues, mientras algunos ponen velas a San Antonio, otros se afanan por arreglar cuentas con Kant y Ortega.

Reconozco que tengo una cuenta pendiente desde que me examiné de selectividad, allá por el mes de junio de un convulso pero ilusionante 1981. Habíamos superado un Golpe y nos preparábamos para la culminación de la transición: rojo, impar y pasa. Pero antes yo tenía que pasar mi Rubicón y colocarme en donde quería estar los seis años siguientes: estudiando la carrera con la que los padres de nuestra generación soñaban. Mi camino eran las cifras y no las letras. Pero mientras el comentario de texto nunca me dio miedo, la Historia de la Filosofía se alzaba como una barrera inexpugnable en mi camino. Una Puerta Negra para tan solo un habitante de La Comarca.

Y allí estaba yo, con mi par de bolígrafos Bic en las manos y mi carnet de identidad en el bolsillo. con un calor de tres pares en ese aula exageradamente grande y sin ventilación dentro de esa caja que es la Escuela de "Caminos". A mi alrededor cada cual disponía su "carne" en diversos formatos. Todos nos mirábamos con desconfianza y nerviosismo. Mares de hormonas rugían en nuestros rostros. Después las pruebas científicas que había superado con seguridad, estaba dispuesto a desarrollar a los clásicos. Pero me topé con Kant y Ortega. Y mis ojos se nublaron. Diez minutos tentado de dejar el aula y darme por vencido. Y el resto de la hora para maquillar con palabras más huecas que consistentes un "rosco" de manual. La fortuna quiso que el cero se tornara en uno, y que el suspenso en la selectividad se tornara en un aprobado suficiente para colocarme en la cima del mundo. Pero no olvidé ni al teutón ni al godo. Su obra sí, sus familias no.

Esta semana estamos todos en casa velando armas. Unos esperan lucirse y asegurarse un futuro, quizás más incierto hoy que hace 32 años. Otros esperamos al primer universitario de la saga así como vengar viejas deudas históricas. Se masca la trascendencia. A ver qué nos traen estos días.

3 comentarios:

Mike Muddy dijo...

Qué tiempos aquellos. Yo aprobé por los pelos tras fallar en una de mis especialidades, el comentario de texto. Anda que no he tenido que escribir / editar textos desde entonces...

gonso dijo...

Yo también tuve lo mío, en concreto un rosco en literatura por ir de chulito sabiondo, ya que se ocurrió largarme en el examen una teoría propia sobre la poesía. Fúi a por uvas y salí escaldado.
Menos mal que tenía balas en la recámara y bordé el examen de historia del arte con un 10 al explayarme con el camino de Santiago. Del resto ni me acuerdo, aprobé y punto.
Por cierto que la selectividad perdió su nombre en la penúltima ley de educación y ahora se denomina PAU (y no es Gasol)
Por cierto que ya me he leído el anteproyecto de la LOMCE y mañana veré al Wert en uno de los millones de actos a los que tengo que acudir este puto mes de junio.

Titus Jones dijo...

Mi recuerdo es que me tocaron dos tías a mi lado que daban vértigo. Me pude concentrar poco la verdad ante tanta belleza.