miércoles, 12 de septiembre de 2012

ME OLVIDÉ DE VIVIR...


Recuperado ya del estival reposo del guerrero, no puedo dejar pasar la ocasión de comentar un nuevo sucedido veraniego que bien podría haber sido el último.
Puedo decir que aquél día de agosto volví a nacer y de la manera más tonta.
En otras palabras, que casi dejo el mundo de los vivos en unas circunstancias de las que nadie podría sentirse muy orgulloso, es más, creo que en el hipotético caso de tener que dar explicaciones a alguien del porqué del deceso, no me habría extrañado provocar un descojone extremo y que me señalaran con el dedo y me llamaran pringao. Y con razón.
No me preguntéis cómo acabé en un parque acuático de Benidorm acompañando al Gonsito y a otros dos preadolescentes para disfrutar de un trepidante día de toboganes y demás inventos descerebrados.
Como la primera impresión es la que cuenta, ya entré al recinto con cierta aprensión al ver el percal. Media Rusia y media Gran Bretaña se movía de un lado para otro buscando tirarse por cualquier tobogán acuático o dejarse revolcar por olas sintéticas. El primer objetivo de mi singular grupo fue dirigirnos a la zona de los tubos asesinos, que ya desde la distancia no prometían nada bueno, pero como iba yo de adulto responsable pero al mismo tiempo de papá enrollao, no me pude negar a subirme allá donde mis ternascos me llevaban.
El primer contacto fue un tubo kilométrico de color verde que te depositaba a lo menos 500 km por hora sobre una piscina pequeña. Entrar en el tubo y dejarse caer al vacio sin ver nada ya me jodió bastante pero el ir ciego por el agua que saltaba sobre mi cara ya acabó por convencerme de que la jornada iba a ser muy larga.
No contentos con el tubo verde subimos un piso más en la escala de la muerte y pasamos al tobogán azul. El puto tobogán azul. En éste ya no se caía encerrado si no que durante los segundos que dura el trayecto ves la muerte de cerca todo el rato. El caso es que te dejas caer y de pronto la inclinación del asunto alcanza repentinamente una pendiente que hace que literalmente pierdas contacto con el tobogán y vueles. Ese vuelo dura un segundo, pero da tiempo a que se te encojan el corazón y los pulmones, se te suban los huevos a la glotis y se te cierre herméticamente el ojal para evitar cagarte en el aire. Del resto apenas recuerdo que salí de la piscina con todo Moscú aplaudiendo el hostión que me pegué en un amerizaje muy poco glamuroso.
Todavía hubo un tercer tobogán amarillo- el más alto de todos- que he borrado de mi memoria.
"Venga papá, no te rajes ahora que ya ha pasado lo peor". "Vamos a tirarnos por las alfombras voladoras." Te tumbas boca abajo sobre una alfombrilla y te dejas caer por la pendiente. La diferencia radica en que si pesas 40 kilos bajas a una velocidad X pero si pesas 80 la velocidad es 2X, y como había un sube y baja, el de los 80 kilos despegó y aterrizó chafándose los huevos y golpeándose un pie.
En ese momento les dije que nos largábamos de allí pues ya había tenido bastante pero después de muchas protestas y malas caras accedí a seguir "disfrutando" de la jornada.
Para que me contentara me llevaron a la zona tranquila. En qué hora.
Allá fuimos derechos a la tirolina que cruzaba por encima de una piscina.  Había que dejarse caer antes de alcanzar un tope que te obligaba a frenar en seco y pegarte un espaldarazo para regocijo del personal que esperaba a que algún torpe se pasara de frenada. Para no darle gusto a esos carroñeros del parque, me concentré en no llegar a ese tope pero me descuidé a la hora de quedarme colgando del agarradero y me crujió toda la espalda mientras me deslizaba. No me dí el hostión pero salí igual de perjudicado.
Y vamos a por la guinda.
"Papá, en este es imposible que te pase nada", "este es casi para niños".
Un flotador tamaño rueda de camión en el que te sientas y te dejas llevar por la corriente en  un  circuito de presas y cascadas. En las presas se forma un tapón, ya que la peña se atasca, y un socorrista desde dentro del agua se afana en empujar a unos y otros para que no se haga una montonera.
Desde mi donut gigante veo como los ternascos bajan por la primera cascada mientras yo me quedo atorado entre una gorda británica color gamba y un tovarich mostachudo. El socorrista que ve el atasco nos empuja a los tres de tal manera que acabo de espaldas a la cascada que tira de mí y caigo de tal manera que a mitad de la altura el donut sale despedido hacia el cielo, mis piernas se elevan y caigo a la presa cual Gemma Mengual con las patas para arriba y la cabeza para abajo. Pero en esa piscina de mierda la profundidad era exigua y mi nuca chocó violentamente contra el suelo produciendo un ruido seco y un chasquido que sinceramente pensé que allí terminaban mis días.
Un señor hostión que podría haber sido el último. Lo primero que ví cuando conseguí sacar la cabeza fue la cara del socorrista que se temió lo peor. Nadie aplaudía ni se deshuevaba, lo cual me confirmó que la cosa había sido lo suficientemente grave.
Lo peor fue que la única forma de salir de allí era subirme al donut de nuevo y terminar el circuito con el cuello rígido y un dolor intenso en todo el cabolo. Como estaba groggy me subieron al artilugio y me empujaron para abajo donde mis chicos me esperaban impacientes.
"Ya te vale papá, llevamos esperando diez minutos y tú allí arriba pasándolo bien".

Hala majos a casa.


martes, 11 de septiembre de 2012

BUITRES EVERYWHERE



Quién no ha visto alguna vez un buitre posado en el tejado de la casa de una abuelilla...



Y quién no ha visto a una bandada de buitres sacar brillo a los huesos de un animalejo a escasos veinte metros de la carretera...


Como veis, no hemos visto cosas extraordinarias este verano en nuestras vacaciones pirenaicas. Bueno si, pude fotografiar a un quebrantahuesos por fin. Lo que no acabo de entender es como hacía para estar tan quietecito.


¡Viva la fauna ibérica!